martes, 23 de noviembre de 2010

I want to be a macho Kim

Debe ser muy duro para un sujeto como Nuestro Kim el acumular armamento en plan malvado de peli Bond para después no usarlo jamás. Es axiomático que cuan más grave la crisis de un país mayores son las posibilidades de hacer estupideces, y digamos que Corea del Norte lleva en crisis toda la vida.

Antes de nada, tranquilizar al personal: esto no es Pearl Harbor ni nada por el estilo. Los ataques de ésta madrugada no desatan la guerra entre las dos Coreas, más que nada porque las dos Coreas ya están en guerra y nunca han dejado de estarlo en los últimos 60 años. Y ni siquiera es exactamente una ruptura del armisticio, porque Corea del Norte nunca ha aceptado los términos del armisticio en la frontera marítima occidental - justo la región del bombardeo. De hecho, los bombardeos son un episodio más de una serie de conflictos que se ha dado por llamar las Guerras del Cangrejo, así llamadas por los combates entre ambas armadas con la excusa de escoltar navíos cangrejeros. Ya van tres en quince años, así que tampoco es un incidente TAN aislado.

Lo que cambia aquí es la pirotecnia de todo el asunto, derivada, a mi entender, de la necesidad de Nuestro Kim de demostrar su virilidad en éstos momentos donde todo el mundo le da ya por finiquitado. Quizás sea hora de prestar atención a la tele norcoreana, porque puede que todo éste asunto sea una brutal operación de marketing destinada a poner ante los ojos de Corea y del Mundo a Kim Jong-un (también conocido como el Pequekim o el Paquirrín de Pyongyang) a la cabeza de las operaciones militares contra el enemigo imperialista.

Respecto a las consecuencias, tampoco estoy preocupado. Si Corea del Norte realmente quisiese jarana, habría bombardeado algún sitio donde hubiese soldados americanos: dado que hay casi 30.000 a lo largo de la frontera y, por si fuera poco, se sabe perfectamente donde están, cabe entender que el Norte se ha cuidado muy mucho de echar bombas sobre un sitio donde únicamente hubiera soldados surcoreanos.

Y el Norte sabe, por experiencia, que lo único que hará el Sur es pavonearse un poco de sus armas americanas, quizás hacer un par de sobrevuelos sobre Pyongyang, y retirarse a cuarteles (al igual que el año pasado, cuando el torpedeo de aquél crucero, el Cheonan), porque, a pesar de la importancia del orgullo propio para el gobierno de derechas de Seúl, todo el mundo sabe que lo segundo que menos quiere Corea del Sur en ésta vida es meterse en guerra con el Norte. Primero, porque todo el dinero, propio y extranjero, huiría de Corea en lo que se tarda en decir "kimchi" y segundo, porque hay una cosa que Corea del Sur teme más que meterse en una guerra con el Norte, que es meterse en una guerra con el Norte y ganarla.

Nuestro Kim, aunque lo parezca, no es idiota. Quiere dejarlo todo atado y bien atado, dejarle el trono a su hijo y pasar sus últimos días de vida disfrutando de su colección de porno y coñac francés. Y si para eso tiene que acabar con las vidas de unos cuántos soldados surcoreanos, que así sea.

Como si le hubieran importado las vidas ajenas alguna vez.

Seguiremos informando.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Mas faz muito tempo


Hace cien años justos, el 21 de noviembre de 1910, cuatro acorazados de la Marina Brasileña, el Bahia, el Deodoro, el Minas Geraes y el São Paulo, se amotinaron en pleno puerto de Rio de Janeiro, por aquél entonces la capital del país. Ésta es su historia.

De todas las instituciones brasileñas de principios de siglo, la Marina era, probablemente, la más conservadora. De hecho fue la Marina quien se sublevó contra la naciente república brasileña en un intento frustrado golpe de estado, en 1893-94. Aunque el intento de golpe fracasó, la estructura social y organizativa de la Marina siguió siendo la misma que en los tiempos del Imperio y de los barcos a vela: una oficialidad blanca y rica y una marinería abrumadoramente negra y pobre, la mayoría, esclavos libertos reclutados forzosamente. Y ésto, en un país que había abolido la esclavitud hacía menos de veinticinco años, abría inmensas potencialidades para abusos de toda clase.

La Marina Brasileña se había construido en los moldes de la Royal Navy y en ella se inspiró en los métodos de disciplinar, que implicaban castigos corporales de toda clase, especialmente latigazos, cuantos más y más humillantes mejor.

En 1906 se botó el HMS Dreadnought, el primer acorazado moderno, que dejó obsoletos a todos los barcos de guerra anteriores. Brasil, que había ordenado la construcción de dos barcos en los astilleros de Barrow-on-Furness, al ver el nuevo acorazado ordenó a la naviera que adaptase las quillas ya existentes a los nuevos diseños. Eso hizo que Brasil cobrase ventaja en la carrera por la construcción de acorazados que se desató en todo el mundo, y con la botadura dos nuevos barcos, el Minas Geraes y el São Paulo, Brasil se había convertido en el tercer país del mundo al tener acorazados, solo por detrás de Gran Bretaña y de los Estados Unidos.

Sin embargo, a pesar de estar sin duda entre los barcos más modernos del mundo, los métodos y formas de la oficialidad seguían siendo los mismos y crueles de antaño. Éste contraste quedó aún más evidente cuando los nuevos barcos partieron a hacer maniobras en el Mar del Norte junto con la flota británica, y los marineros brasileños entraron en contacto con sus colegas de otras partes del mundo. Los marineros brasileños supieron, así, que en Gran Bretaña el látigo estaba en desuso desde hacía décadas, que sus colegas europeos eran respetados y con una paga decente, y que en Rusia se había amotinado un acorazado contra las condiciones de vida y su tripulación había logrado huir relativamente sana y salva.

Nada de ésto pasó inadvertido para los marineros brasileños, que volvieron a casa calentitos con la situación. Se empezó a planificar un motín para el 25 de noviembre de 1910, diez días tras la toma de posesión del nuevo presidente Hermes da Fonseca. Pero la noche del día 19, uno de los marineros del Minas Geraes fue detenido tras traer a bordo aguardiente y atacar con una navaja al cabo que lo denunció, y condenado, no a los 25 latigazos de rigor, sino a 250, con toda la tripulación firmes en cubierta y con redoble de tambores. La visión de aquello fue el colmo, y la noche del 22 al 23 de noviembre el Minas Geraes se amotinó. Pillaron al capitán por banda y le mataron a culatazos y a disparos, así como a los oficiales que tuvieron la mala idea de asomarse a ver qué pasaba. Uno de ellos huyó al São Paulo y avisó al resto de la oficialidad, que hizo lo que tenía que hacer: huir a puerto lo más rápidamente posible. Sin sus oficiales, el resto de la flota fue sublevándose a lo largo de la noche.

Si ustedes han visto alguna vez un mapa de Rio de Janeiro, verán que no hay ningún punto - al menos ningún punto importante - que no esté a más de un kilómetro de la costa. Liderados por João Cândido, conocido como el Almirante Negro, los sublevados amenazaron con bombardear la ciudad. Mientras el nuevo gobierno prometía firmeza, el Congreso, más sensato, vio que sería imposible mostrar firmeza cuando el enemigo está a dos kilómetros de tu sede con cañones que llegan hasta tal punto, y les amnistió. Al final el Gobierno abolió los castigos corporales y prometió perdonar a los marineros que entregasen las armas.

Solo una semana más tarde, el Gobierno aprovechó una sublevación menor de la Infantería de Marina - que también sufría con los castigos corporales - para lanzarse a hierro y fuego contra todos los sublevados, acusándolos de colaborar con la rebelión. Unos fueron deportados a recoger caucho en la Amazonía, pero la mayoría fue encarcelada en una prisión naval: a dieciocho de ellos se les metió en una celda excavada en la roca y se les echó cal viva. De los dieciocho solo sobrevivieron João Cândido y otro más. Después de esa pesadilla, acabó en un manicomio, como "loco indigente". En 1912 se le juzgó y fue absuelto. Solo fue perdonado de todos sus cargos en 2008, por decreto presidencial.

Y es ese el problema: aún hoy, el Gobierno brasileño no se atreve a celebrar la Revuelta del Látigo y lo que supuso para la historia de Brasil, porque, según las Fuerzas Armadas, lo que pasó aquella primavera de 1910 fue simplemente una "ruptura de la jerarquía", el peor crimen que puede hacer un militar.

Quedan para la historia las palabras de Aldir Blanc y João Bosco, autores de "El Maestre-Sala de los Mares", tema que preside éste artículo: "Salve el Navegante Negro, que tiene por monumento las piedras pisadas en el muelle."

Seguiremos informando.

viernes, 19 de noviembre de 2010

No le deis de comer

Un par de mis lectores me han pedido mi opinión sobre las "boutades" de Salvador Sostres en Telemadrid.

Siempre he dicho que, en España, los intelectuales de derechas son aquellas personas a las que se les permite la palabra "gilipollas" en el ABC. El insulto es parte integrante e inseparable del vocabulario conservador, en tanto que representación verbal o gráfica de la agresión, fundamento intelectual del fascismo hispano (la "dialéctica de los puños y las pistolas" de Primo de Rivera hijo). La derecha ama el insulto y la zafiedad porque así se les diferencia de los intelectuales de izquierda, que como todo el mundo sabe son unos blandengues y amanerados que no hablan como los verdaderos españoles (quicir, ellos) han de hablar.

Así pues, el intelectual de derechas es una criatura a la que se le permite comportarse como un jubilado exalférez provisional de 70 años, tenga la edad que tenga y viva en el año que viva, lo que implica ser machista, racista, fascista y todos los istas que permitan escandalizar a la mayor cantidad de gente posible. Ésta gente vive de escandalizar. Cada "rojo bienpensante" que denuncie el cretinismo de sus palabras es un orgasmo para ellos. Cada cita en la prensa de izquierdas es para enmarcarla y colocarla sobre la chimenea, con los trofeos de caza.

En consecuencia, lo peor que le puede pasar es que nadie hable de él. No contribuiré a su exaltación personal junto a sus amigotes en plan "Jou,jou, mira cuántos rojos se meten conmigo".

Que Telemadrid acoja a éste tipo de semovientes es una consecuencia más del infame cardadismo, que es responsabilidad directa de los madrileños e indirecta de una oposición más preocupada en pegarse que en desmantelar el aparato de propaganda y populismo cuyo centro es la inefable Espe.

La única solución es echarla a patadas. En sus manos está, querido lector.

Seguiremos informando.

Bajarse al moro

He de reconocer que estoy infinitamente perro con el blog. Obviamente no es responsabilidad de mis lectores, que me hacen la pelota hasta grados que veo imposible merecer. La responsabilidad es mía, que llevo ya cinco años escribiendo: en todo éste tiempo, he hablado mucho sobre varios temas concretos, a veces varias veces, y he llegado al punto en el que estoy cansado de hablar otra vez de lo mismo. Lo más probable es que sea uno de éstos momentos de leve depresión "nadie me quiere" tan propios en mí, pero éste no va a ser un artículo de los de lamentarme. Esos tienen un título específico ("Confesiones de un falso cultureta") que es para que no necesiten leerlos si no quieren.

El artículo de hoy surge de la habitual comida (quicir) de todos los jueves con el Maestro, donde éste me solicitó una explicación razonada de la actual crisis en el Sáhara. Como si hay algo que me gusta hacer es lanzarme a largas digresiones sobre política internacional con los amigos (soy de esa clase de gente: invítenme a sus fiestas) atendí encantado a su petición. El artículo de hoy es una repetición expandida de esa explicación.

El Sáhara Occidental era, en 1975, la provincia del Sáhara, teóricamente tan española como podría ser Lugo: los coches usaban matrículas españolas (SH), a sus habitantes se les expedían Libros de Familia y los DNI tipo sábana de la época y hasta mandaban procuradores a Cortes (que invariablemente aparecían como atracción en la ritual filmación de la apertura de Cortes del NO-DO). En puridad, administrativamente el Sáhara era como Fuerteventura, pero doscientas veces más grande: en la práctica, la inmensísima mayoría de la población de origen español trabajaba de alguna manera para el Estado.

Por aquél entonces reinaba en Marruecos Hassan II, figura que, durante toda su vida, gobernó Marruecos tal como Franco gobernó España: navegando con notable astucia por los procelosos mares de las intrigas palaciegas prácticamente inevitables en una monarquía árabe, logró erigirse como paladín anticomunista y llevó el país con mano de hierro, atenuada a ojos de la opinión pública internacional por una aparente estructura democrática cuya efectividad terminaba a las puertas mismas de palacio. Aun hoy, el estado de derecho marroquí se estructura tal y como lo dejó Hassan: todos los marroquíes tienen derechos siempre y cuándo no contraríen la voluntad del Rey y Comendador de los Creyentes. No se rían, nosotros estuvimos igual muuuuchos años.

Hassan II se había puesto como objetivo el Sáhara desde hacía años: en 1963 Marruecos consiguió de la ONU una declaración diciendo que el Sáhara era un territorio a ser descolonizado, lo cuál, si no le daba la razón, al menos se la quitaba a España, lo cual ya era un paso. Lo demás era, simplemente, esperar.

En 1975, a Franco le dio finalmente por morirse. Hassan II vio la oportunidad que estaba esperando y se sacó de la manga una jugada maestra de marketing político (tan maestra que no hay posibilidad de que no estuviese planeada muy de antemano): la Marcha Verde. Básicamente hizo una razzia por todos los suburbios pobres de Marruecos, pilló a todo aquél que no tuviese nada que hacer (que era mucha gente), les entregó una bandera marroquí, un Corán y un retrato del rey a cada uno, les metió en camiones, les llevó a la frontera y les dijo: hala, a conquistar el Sáhara para vuestro rey. En aquél entonces España no estaba literalmente para tontería alguna: el pilar sobre el que se sostenía todo el sistema político se estaba muriendo, y aquello era una distracción innecesaria para un país que no podía tolerar ninguna.

Así pues, España hizo exactamente lo que Hassan quería que hiciésemos: mandamos al Carlangas a El Aaiún, reunió a los legionarios y funcionarios y les dijo: "Señores, nos vamos." Y nos fuimos: una semana más tarde Arias Navarro se reunió con los ministros marroquí y mauritano y firmamos una declaración que decía, resumiendo, que España se iba del Sáhara y que entregaba las llaves a Marruecos y Mauritania para que se las repartiesen. En ningún momento España abdicaba de su soberanía sobre el Sáhara: simplemente se entregaba la "administración" del territorio.

Aquella "Declaración de Madrid" era un cachondeo hecho tarde, mal y a rastras, y con un motivo: el documento estaba firmado en Madrid, el 14 de noviembre de 1975. Aquél día y hora, S.E. el Jefe del Estado, Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia de Dios, estaba literalmente cagando sangre en una habitación de La Paz. De hecho estaba TAN mal hecho que ni siquiera nos dimos al trabajo de publicarlo en el BOE, por lo que, legalmente, nunca ha hecho parte de la legislación española.

Las Naciones Unidas también consideraron que aquello era un cachondeo. Y el Frente por la Liberación de Saguia-el-Hamra y Rio de Oro (Frente Polisario, abreviatura que se agradece) se pilló un rebote cojonudo. Pero no había nada que hacer: el 28 de febrero de 1976, metimos a todo el mundo en aviones o barcos, arriamos la bandera, saludamos y nos fuimos, entregando las llaves, como previsto, a los marroquíes, que se quedaron con cuatro quintos del territorio, y a los mauritanos, que se quedaron con el quinto restante (los mauritanos se dieron cuenta de que no se podían permitir ocupar un país y se fueron por pies al poco, quedándose los marroquíes con su trozo). Los funcionarios del Sáhara fueron transferidos, los profesores reconducidos, los médicos reinstalados, los coches rematriculados: todo pasó como si no hubiésemos estado nunca allí.

Inmediatamente el Polisario se echó al monte, lo que en el Sáhara viene a ser el desierto, con el patrocinio de Argelia - siempre encantada de meterle el dedo en el ojo a los marroquíes. Siguieron dieciséis años de guerra de guerrillas, y finalmente un alto el fuego, quedando las posiciones de ambas partes tal y como están hoy en día: cuatro quintas partes (toda la costa y las minas de fosfatos, mayor riqueza del Sáhara) en manos de Marruecos, para quién toda la zona es el Sur de Marruecos, y el quinto restante, mayormente arena y piedras, es la "Zona Libre", bajo el gobierno del Polisario.

Desde entonces, la ONU nos ha encargado repetidamente la responsabilidad de llevar a cabo lo que sus resoluciones nos exhortan y la propia legislación española (Ley 40/1975, de 19 de noviembre - nótese la fecha -, de Descolonización del Sáhara) aún nos obliga: tomar las medidas necesarias para la descolonización del Sáhara. Eso implica, tras el alto el fuego de 1991, convocar un referéndum de autodeterminación. Pero el referéndum nunca se hace, porque ambas partes nunca se ponen de acuerdo sobre quién debe votar. Los saharauis dicen que los únicos que deben votar son los que tenían DNI saharaui (como el español, pero bilingüe) a fecha del 15 de noviembre de 1975 y sus descendientes: los marroquíes dicen que deben votar todos los residentes en el Sáhara (incluyendo los colonos, funcionarios y militares marroquíes). Existe una misión de la ONU (Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental, o, en otro agradecido acrónimo, MINURSO) que reúne a las partes dos veces al año, comprueba que siguen sin estar de acuerdo y manda a todo el mundo a casa.

Y esto no va más lejos porque, la verdad, en conflictos territoriales todo depende de los amigos que tengas. El de la República Árabe Saharaui Democrática es Argelia y, si tu mejor amigo es Argelia la verdad es que no puedes ir muy lejos. Marruecos, por otro lado, tiene siete letras que en África valen oro: Francia. En África, para ser amigo de Francia basta con hablar francés y comprar cazas Dassault (y hay que ser realmente amigo de Francia para comprar Dassault, porque son basura), y los marroquíes hacen mucho de ambas cosas; y Francia tiene más prestigio, más dinero y, lo que probablemente sea la peor contribución de Charles de Gaulle a la Humanidad, veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Si a eso le sumamos que Estados Unidos solo es capaz de ver en Marruecos un país árabe amigo que mantiene a raya a sus islamistas y vemos por qué nadie quiere hacer más de lo indispensable por los saharauis.

Y nosotros, bueno, nosotros tenemos las flotas andaluza y canaria de bajura, que depende de los caladeros marroquíes para vivir y cuya desmovilización por falta de acuerdo pesquero implicaría aumentar escandalosamente el paro en zonas donde ya ronda el 40%; tenemos las inversiones hechas en Marruecos (800 millones de euros), y, hasta éste año, teníamos el hecho de que Marruecos controlaba nuestra llave del gas, controlando los gasoductos bajo el Estrecho. (Conscientes de que una pelotera Marruecos-Argelia nos podría dejar sin gas, se ha construido un gasoducto Argelia-España bajo el mar de Alborán.). Todo esto sin hablar de Ceuta y Melilla: suena escandalosamente cínico y lo es, pero política y económicamente, lo que nos conviene más es lo que estamos haciendo: solidaridad con el Sáhara, toda la del mundo: si se ha de traer a 200 niños saharauis cada verano para que vean lo que es una piscina, se traen, pero mover un dedo para cambiar el status quo, ni hablar.

Esto cabrea a dos sectores opuestos de la sociedad: por un lado, la extrema izquierda, por razones obvias; y por otro lado, la derecha, que inspirada por el espíritu de Capitán Trueno que ha poseído a Bigotus Máximus y una insuperable voluntad de meterle el dedo en el ojo al Gobierno, ha asumido una posición profundamente ibérica y profundamente estúpida que puede resumirse en la frase "Zapatero deja que los moros se nos suban a la chepa", de innegable popularidad en las tertulias de bar. Cabría pensar que un futuro gobierno bigotista tendría que comerse sus palabras con patatas, dado que ellos, en teoría, tendrían que hacer lo mismo, pero del partido que invadió Perejil al alba y con fuerte viento de Levante me espero cualquier clase de cretinismo.

Como ya dije con respecto a las peloteras con Ceuta y Melilla del pasado agosto, Marruecos está exacerbando el nacionalismo para desviar la atención de la ciudadanía ante una sociedad en crisis, descontenta con el gobierno y privada de su más tradicional válvula de escape, la emigración. Podemos dar por sentado de que el gobierno marroquí va a saltar a la mínima que vea al gobierno español metiéndose en lo que ellos consideran "sus asuntos", lo que podría ser aún peor.

Yo quiero ayudar a la libertad del Sáhara como el que más, pero si queremos ayudar no podemos tirarnos de cabeza. Nos hemos de blindar tras las Naciones Unidas. Tenemos que convencer a Francia. Tenemos que contribuir a la democratización de Marruecos, ayudar a desmontar el poder omnímodo del rey y su corte y colaborar con quienes quieren de Marruecos una verdadera democracia. Nada de esto se hace de un día para el otro.

Pero las soluciones fáciles y erróneas son más vendibles que las sensatas y difíciles, veo. Así nos va.

Seguiremos informando.

martes, 2 de noviembre de 2010

La festa sta finendo

Seis meses después de la muerte de Federico Fellini, Silvio Berlusconi asumió por primera vez el cargo de Presidente del Consejo de Italia. Y desde entonces, hasta ahora, ha procurado vivir y actuar en el mismo espíritu dionisiaco y a la vez decadente que inspiró la obra felliniana.

Hay en el aire un aroma a fin de fiesta. La truculenta arrogancia del Cavaliere ha triunfado inspirando a la población el desprecio hacia la política, potentísimo instrumento de desmovilización social. Como recordarán, ese desprecio hacia la "política" y los "políticos", dicho de forma despectiva, es instrumento fundamental para el éxito del fascismo. (Éxito del que Franco tomó nota en su día; célebre frase del Caudillo: "Haga como yo. No se meta en política.") El problema de la derecha italiana es que Berlusconi se ha pasado tanto de rosca con sus boutades que ha atravesado la fina línea que separa a la alienación del cabreo puro y duro. Y está llegando al punto de que tiene a millones de italianos dispuestos a y, lo que es peor, que está desmovilizando a los sectores más tradicionales de su propio electorado.

Y eso sí que no: mientras fue divertido la derecha italiana abrazó el berlusconismo como si fuera suyo, pero ahora, con centenas de miles de electores católicos tradicionalistas rehuyendo las hazañas de las mil puttanas de Palazzo Chigi, el goteo se convertirá en una riada. Queda ver si la derecha italiana podrá recomponerse tras quince años de mesianismo berlusconiano; quién controlará la RAI, y sobre todo, si la izquierda italiana podrá reaccionar de una vez por todas ante su propio ombliguismo y formular una alternativa convincente.

Seguiremos informando.



Ganar porque toca

Excelente el artículo de ayer de Iñigo Sáenz de Ugarte, que nos descubre que la única parte de "hacer lo que hizo Cameron en Reino Unido" que Rajoy parece comprender es la de "derrotar en las elecciones a un líder socialdemócrata impopular y discutido sin necesidad de abrir la boca".

Muy buen ejemplo, Mariano. Para empezar, porque aun siendo Gordon Brown muchísimo menos popular que Zapatero, aun con las encuestas dándole como virtual triunfador desde dos años antes, aun en una situación de crisis económica galopante, tanto o más que aquí, el hombre va y no consigue sacar mayoría absoluta ¡en Gran Bretaña! Les recuerdo: Barbas Man aquí solo podrá gobernar si entre el PP y Rosita la Pastelera sacan más de 176 votos: el bigotismo se ha parapetado de forma tan evidente en su centralismo neojacobino que han conseguido pelearse incluso con los nacionalismos más adaptativos de España: el navarro y el canario.

Lo triste de todo ésto es que la desmovilización de la izquierda española - al fin y al cabo, el objetivo mayor del bigotismo - es tan grande y pervasiva que, a través de la demostrada técnica de la inacción, el PP pretende ganar porque toca, ganar porque sí, y hay mucha gente dispuesta a dejarles hacer. No me cuenten entre ellos.

Seguiremos informando.


Mi 31 de octubre particular (y 3)

Bueno, ya pasaron las elecciones, ya cumplí con mis obligaciones, Dilma Rousseff fue elegida para la presidencia de la República Federativa de Brasil con 55 millones de votos, entre ellos el mío: la pregunta aquí es ¿y ahora qué?

Pues ese es el asunto: por ahora nada, salvo el debate lingüistico: ¿es "presidente" o "presidenta"? En portugués brasileño, presidenta queda bastante feo - y allí no tienen una RAE para que confirme qué es correcto. Pero aparte, las políticas actuales se mantendrán y supongo que hasta algunos ministros seguirán en el cargo.

El reto principal del gobierno Rousseff, a mi entender, es mejorar las infraestructuras del país. Y, sí, eso también tiene que ver con reducir la pobreza y el hambre: dado que la inmensa mayoría de la producción agrícola se mueve por (malas) carreteras, cada kilómetro de carretera bacheada, cerrada o inexistente es comida que se echa a perder, amén de productos manufacturados más caros, como textiles o medicinas. Mejorar la red de carreteras, construir o reparar los ferrocarriles que faltan, reformar los aeropuertos (el aeropuerto de São Paulo está prácticamente sin reformar desde su inauguración hace 25 años y se nota en cada esquina). Sin buenas infraestructuras el desarrollo de Brasil queda estrangulado en la raíz. El Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC), la respuesta del gobierno Lula a la crisis y - según el propio Lula - criatura de la nueva presidenta - se está dedicando y se dedica precisamente a eso: a la mejora de las infraestructuras.

Igualmente, el nuevo gobierno deberá ocuparse de que salgan bien los proyectos de "prestigio", a saber, el mundial de fúmborl de 2014 y la olimpiada de Río de 2016. Eso implica, aparte del gasto en estadios (que aunque colaboren los clubes de fúmbo va a ser más que nada un gasto estatal) un gasto en infraestructuras extra, en especial la LAV Campinas - São Paulo - Rio de Janeiro.

Todo ésto me recuerda al "otro" presidente brasileño de origen eslavo, Juscelino Kubitschek, cuyo padre era checo. Durante su mandato (1956-1960) Brasil desarrolló una industria automovilística, se desarrollaron redes de carreteras y se construyó Brasilia. Por otro lado, la corrupción estuvo jovialmente presente durante todo el gobierno, y se emitió tanta moneda que se inició una espiral inflacionaria de la cuál Brasil tardó treinta años en salir. En todo caso el mandato de JK se recuerda con nostalgia - en parte por la sensación de que Brasil estaba al yendo hacia algún sitio, en parte por el Mundial de fúmbo, en parte por el inmenso magnetismo personal del presidente.

Supongo que el gobierno Rousseff será así, sin el magnetismo personal (por Dios, que mujer más siesa) y con más prudencia fiscal, quizás. Todo está por ver.

Seguiremos informando.