domingo, 19 de septiembre de 2010

This Pope means Business

En tiempos de crisis, los negocios con problemas tienen, generalmente, dos opciones: o intentar expandirse abriendo nuevos mercados, lo que siempre es caro y aventuroso, o entonces saquear ostensivamente la clientela de la competencia. Podemos ver ésto en la insoportable tortura a la que el ciudadano medio es sometido por los comerciales de Telefónica, pobres hombres y mujeres que pasan turnos larguísimos en un call-center en el Norte de Argentina sólo para que yo les mande al cuerno de la forma más firme y delicada posible.

El Benedicto Ratzinger está trabajando para seguir las dos líneas de negocio a la vez, pero como China aún no se ha abierto al mercado religioso global - el Partido no quiere rivalidades en lo sobrenatural - ha decidido que la mejor manera de ampliar negocio es meter las dos manos en la miel de los competidores. Y el competidor más tocado por la crisis, ahora mismo, es la Iglesia Anglicana.

La iglesia anglicana, o, como se la llama fuera de Inglaterra, episcopal - es decir, protestantismo con obispos - está sumergida en la que probablemente es la crisis más grande de sus casi 500 años de historia. Deriva del hecho de que mientras la mayoría de diócesis estadounidenses, y en menor medida, la Iglesia de Inglaterra (que al estar bajo la protección formal del Estado, está centralizada), están sumergidas en un proceso de puesta al día inmenso y comprehensivo (incluyendo, por ejemplo, la ordenación de mujeres y gays como obispos) las iglesias menores, de adscripción formalmente anglicana, que dominan en gran parte de África Meridional y Oriental y el Caribe, ven éste proceso como un pecado horrendo y una traición al cristianismo. Naturalmente, la Iglesia Católica, siempre interesada en sacar tajada en el Tercer Mundo - el único sitio donde el negocio sigue creciendo - ve en ésta crisis la oportunidad de llamar la atención de éstas iglesias menores y atraerlas hacia una adscripción romana donde puedan seguir manteniendo su extremismo ultra en paz.

El bocado afrocaribeño es la tajada más importante que Ratzinger Z quiere sacar de su cortejo hacia los anglicanos, pero no es la única. El viaje al Reino Unido tiene también una intención poco disimulada de cismar la Iglesia de Inglaterra a su favor.

Durante la época victoriana, el ascenso del racionalismo y el socialismo alteró los cimientos de la antaño monolítica Iglesia de Inglaterra. Las clases medias burguesas abandonaban en masa los templos anglicanos para marcharse al seno de los presbiterianos o los metodistas, aumentando el peso dentro de la Iglesia de Inglaterra de una congregación aristocrática y profundamente conservadora. Y lo que es peor, el catolicismo empezaba a ganar peso entre un sector de la intelectualidad británica, considerada como una fuente de valores místicos y morales dentro del antirracionalismo que empezó a ser sinónimo de conservadurismo en la época.

La combinación de ambas tendencias aumentó la diferenciación dentro del anglicanismo entre la llamada "gran iglesia" ("high church") de rituales, liturgia y teología elaboradas y prácticamente católicas, y la llamada "iglesia amplia" ("broad church"), con un ritual más simplificado y llano destinado a atraer al mayor número de fieles posibles. Obviamente, la "high church" era la iglesia de la aristocracia y el poder, y dentro de la Iglesia Anglicana fue la tendencia, si no mayoritaria, sí dominante.

A partir de los años 70, sin embargo, la Iglesia de Inglaterra, con los aires del Concilio Vaticano II soplándoles en la espalda, decidieron tirar por la liberalización. Pero mientras que en la Iglesia Católica el proceso de aggiornamento se cortó en seco por la Segunda Contrarreforma wojtylo-ratzingeriana que estamos viviendo, en la Iglesia de Inglaterra tiró aún más lejos, y no da visos de querer parar. Obviamente, todas éstas modernidades son vistas con horror por los de la "Gran Iglesia".

Y es ahí donde Roma quiere pescar. Los "high-churchers" no son demasiados cuantitativamente, pero entre ellos reside lo más granado de la aristocracia y la alta burguesía británicas, la clase de gente siempre bienvenida por Roma a la hora de financiar sus aventurillas y sistemas educativos paralelos. En 2009, se publicó una constitución apostólica (legislación canónica de primer orden) permitiendo a los sacerdotes anglicanos pasarse al catolicismo sin demasiadas complicaciones, y en éste viaje, además de dar la vara con su mensaje anti-moderno de siempre y liarse con la ley de Godwin, ha beatificado a John Henry Newman, el más famoso de los "high-churchers" del siglo XIX, que colaboró en fundar un movimiento pro-gran-iglesia llamado Movimiento de Oxford, y tras escribir una serie de tesis a favor de una liturgia más católica, acabó dando el paso: se convirtió al catolicismo y acabó siendo cardenal.

Sutil como una pedrada, el germano.

Seguiremos informando.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Siempre he despreciado al hombre blandengue

La nefasta reacción del Consejo Europeo ante la pugna entre Sarkozy y la Comisión acerca del tratamiento hacia los gitanos rumanos residentes en Francia, muestra como el racismo va ganando peso como arma electoral, y, lo que es peor, que cada vez menos gente tiene vergüenza de tirar de ésta carta. Ya vimos en el último episodio ibérico, en Vic, como, de forma vergonzosa, los partidos políticos, en vez de reaccionar de forma definida y contundente contra lo que era claramente un intento de evitar incluso reconocer la existencia de los extranjeros residentes – que es lo que supone, legalmente, el empadronamiento – se sentaron alrededor de una mesa a calcular no sólo qué beneficios les supondría abrirse en banda al racismo, sino qué perjuicios le supondría alzarse valerosa e indudable en contra.

En éste episodio se está viendo como ningún gobierno europeo quiere indisponerse contra su ciudadanía, cada vez más convencida, tanto por una suma de “ejemplos personales” (las inefables mujeres con niño que se arrastran con su “siñiooooor” por los vagones de metro y cuando uno se despista le han birlado la cartera, etc.) como por la interesadísima colaboración de los medios de comunicación – que aman un pánico colectivo más que un tonto un lápiz - que todos los gitanos son ladrones y que su tendencia a la criminalidad es incorregible. Una generalización más antigua que el hilo negro, que es propia de conversaciones de bar o de peluquería – lo que no quiere decir que sea correcta - , pero que es inaceptable como política oficial del Estado.

Y lo es porque una de las claves del Estado moderno es que todos los ciudadanos son iguales ante la ley. La Unión Europea, como base fundacional, crea la ciudadanía europea – un ciudadano de Estonia tiene prácticamente los mismos derechos que un chipriota o que un portugués.

En todo caso, la maniobra sarkozista es meramente populista: los gitanos expulsados tienen libertad de movimientos, así que pueden entrar en Francia, si lo desean, a las tres horas de aterrizar en Bucarest. Pero al menos se da la imagen ante la opinión pública que se hace “algo” contra la criminalidad. Y esto lo fácil, barato y visible: el “barrer” hacia otro lado. ¿Resolver los problemas? Nah, resulta demasiado caro.

Seguiremos informando.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

(De nuevo) A vueltas con los liberados

¿Cuándo ha visto usted a un policía en acción? Y no, cuando digo acción no cuenta el ver a un Xsara Picasso a toda mecha con las sirenas disparadas, o el ver a un par de agentes revisando, ceñudos, la documentación de un pobre cholo a la salida de la boca de Oporto. Me refiero a acción-acción, pistola en ristre a la caza del caco. (A efectos de éste ejemplo, un policía es un policía y un antidisturbios es un antidisturbios.) A no ser que usted viva en Malamuertelandia y sea 1979, habrá de reconocer que las veces en las que habrá visto a un poli en acción son las menos. La mitad de su tiempo, la policía se dedica a rellenar papeles en comisaría, y casi todo el resto del tiempo lo ocupa en patrullar las calles, a pie, en moto o en coche.

¿Qué dirían entonces si yo me indignase públicamente contra éstos policías, que en plena crisis, se dedican a ir dando vueltas por ahí, consumiendo gasolina del contribuyente, en lugar de trabajar de veras? ¿No les indigna ver a dos policías, apoltronados en su coche patrulla, sin hacer nada, mientras que uno vuelve reventado de currar? ¿No creen que eso demuestra claramente que hay demasiados policías en éste país?

Está loco, me dirían. No hay demasiados policías en España: si eso, lo contrario. Tener policías dando vueltas no es un desperdicio: al contrario, asusta a los posibles cacos, los disuade de hacer el mal. Si hay un guardia cerca uno se lo piensa dos veces a la hora de entrar a robar, quemar el contenedor de la esquina o pegarle un silletazo al vecino que se empeña en practicar con la flauta dulce un domingo a las nueve de la mañana. (Sigo traumatizado con esto.)

Si somos capaces de reconocer que la policía nos hace un servicio aunque no la veamos trabajar, ¿por qué nos comemos enterita con patatas la propaganda de la derecha cuando opina lo mismo de los delegados sindicales, liberados o no?

Todos tenemos historias de cómo los del sindicato en nuestro curro se tocan los cojones a dos o incluso a tres manos. Igualmente hay que reconocer que gran parte de los vicios de nuestra cultura sindical derivan de la tradición de los sindicatos verticales franquistas, que, como todo el mundo sabe, estaban diseñados no para la defensa del interés de los trabajadores sino para que los falangistas de la oficina tuvieran una menor carga de trabajo que el resto de los pringados.

Sin embargo, a la hora de la verdad, a saber, la negociación del convenio y la defensa de los trabajadores ante las arbitrariedades de la dirección, en la inmensa mayoría de los casos sí que están. Y, sí, al menos alguien debe ponerse a ello a tiempo completo: ¿quién va a estar concentrado al 100% en una dura negociación salarial después de ocho horas de tajo?

La estrategia de la derecha es aprovechar ese pecado tan ibérico que es la envidia para hacer calar en la ciudadanía que la representación sindical, en la práctica, no es necesaria. Esperanza Aguirre ya lo ha dejado claro: a su entender, los sindicatos son un anacronismo que coarta la libertad de empresa, entendiéndose por esto último el derecho de cualquier persona a exprimir hasta el más mínimo céntimo del trabajo de sus congéneres.

Que la función y estructura sindical necesitan una reforma a fondo no seré yo quién lo niegue. Pero de ahí a su abolición hay un paso bien largo que la derecha está dando con soberana alegría. Y le estamos siguiendo el juego.

Seguiremos informando.

martes, 14 de septiembre de 2010

Mi 3 de octubre particular (2ª parte)

Un servidor de ustedes, como residente en el extranjero, solo puede votar para Presidente de la República: no puedo votar ni a la Cámara de Diputados ni al Senado, ni mucho menos para Gobernador del Estado. Lo cuál es una pena, porque para mí el voto al Congreso es tan importante o más que el voto al Presidente.

Me explico: como les dije en la primera parte del artículo, votar es obligatorio en Brasil. Y, en Brasil, el elector medio puede tener alguna idea de quién quiere o quién no quiere para Presidente, pero desde luego, en líneas generales, no tiene ni la menor idea de a quién puede elegir para el Congreso y el Senado. Esto hace que los diputados más votados sean, generalmente, histriones populistas (como Enéas Carneiro, ultraderechista que proponía la bomba atómica para Brasil, el diputado más votado en 2002) o famosetes de medio pelo con ambiciones políticas (como Clodovil Hernández, el equivalente brasileño a José Javier Vázquez, el más votado en 2006). Eso significa que, y espero equivocarme, gente como Romario (sí, ese Romario) pueda terminar en la Cámara de Diputados dentro de un par de semanas.

Sumemos a esto el hecho de que, en muchos estados, las oligarquías caciquiles regionales sigan teniendo un poder casi omnímodo que les sirve para elegir a “sus” diputados y senadores sin mayor problema. Por ejemplo, Fernando Collor de Mello, presidente entre 1990 y 1993: se descubrió que una red de tráfico de influencias, articulada a través de su tesorero, le permitió amasar una fortuna escandalosa – incluyendo los jardines más lujosos de Brasilia – y, en consecuencia, fue estrepitosamente echado a patadas de la Presidencia, y perdió los derechos políticos durante diez años. Cumplidos los diez años, dado que entre su familia y la de su señora tienen prácticamente en propiedad el estado de Alagoas, consiguió ser nombrado candidato a senador por Alagoas por un oscurísimo Partido Renovador del Trabajo de Brasil y casi inmediatamente elegido – y ahí sigue.

En consecuencia, como ya he dicho en alguna ocasión, los 512 miembros del Congreso de Brasil se dividen en tres: unos 150 diputados de derechas, unos 100 de izquierdas y el resto, los 262 restantes, son de “centro”, o sea, de quien resuelva mejor la pregunta “¿qué hay de lo mío?”

Los cuatro grandes partidos parlamentarios son:

El Partido de los Trabajadores (PT): El partido de Lula, surgió del movimiento sindical de finales de los 70 como una alternativa “del interior” a la izquierda tradicional brasileña, descuajaringada por la dictadura militar (1964-1985) Cuando surgió el PT, los dos grandes partidos de izquierda, tanto el populista PTB como el comunista PCB, estaban descompuestos y exiliados. Como todo partido en el poder, se hinchó desopinadamente con la gente que quería subirse al carro de Lula. El poder también lo ha moderado y acercado a posiciones más centristas, lo cuál ha provocado las obvias escisiones.

El Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB): Escindido del PMDB a mediados de los 80 como una alternativa progresista dentro del sistema democrático – en aquél tiempo el PT pedía la nacionalización de los medios de producción – se llevó con él gran parte de la intelectualidad de izquierda (casi toda la que no estaba en el PT o era comunista). Con Fernando Henrique Cardoso estuvo en la presidencia de 1994 a 2002, lo que le sirvió para tirarle mucho hacia la derecha; el avance hacia la socialdemocracia del PT le ha comido bastante espacio político.

El Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) es un derivado inmediato del MDB, el Movimiento Democrático Brasileño. El MDB surgió durante la dictadura militar: Cuando los partidos políticos fueron prohibidos, el régimen autorizó la existencia de dos partidos creados ex novo: la Alianza Renovadora Nacional (Arena) aglutinaba a los políticos favorables al gobierno, mientras que el MDB reunía a la “oposición”, es decir, los que estaban en contra del gobierno pero estaban dispuestos a transigir con él. Como partido aglutinante que era, su ideario político era pasmosamente vago, así que cuando el país se redemocratizó los que tenían ideas pelín más concretas partieron a hacer política en otra parte. Así pues, en el PMDB quedaron los “centristas”, es decir, los zaplanas, los que están en política para recubrir de oro las piscinas, y algún que otro viejo guerrero fiel a sus principios. Son el mayor partido en la Cámara de Diputados, así que Lula ha tenido que abrazarles - con sus corruptelas - para poder pasar legislación.

Los Demócratas (DEM) es el Partido del Frente Liberal (PFL) con otro nombre. El PFL se había ganado la fama de ser el partido de los oligarcas y caciques del nordeste del país, fama completamente merecida, así que decidió cambiarse de nombre para atraer cuadros y votantes en las zonas urbanas del sudeste, que es donde realmente está el bacalao. Su mala fama y alto valor electoral a nivel federal le convierte en el partido de los vices: proporciona los candidatos a vice para la mayor parte de los candidatos a cargos ejecutivos del PSDB. El actual alcalde de São Paulo, Gilberto Kassab, es del DEM y logró el cargo de ésta manera: cuando José Serra, el actual candidato a presidente por el PSDB, abandonó el cargo de alcalde para poder presentarse a gobernador, él era el vice.

También están los dos partidos que presentan candidatos serios a presidente:

El Partido Verde (PV) es un partido ecologista surgido a principios de los 80. Como buen partido ecologista ha conseguido aglutinar figuras mediáticas de primer orden, como el cantante Gilberto Gil. El PV apoyó a Lula durante su primera legislatura (Gil fue ministro de Cultura) pero pasó a la oposición cuando el PT empezó a derivar hacia una política desarrollística menos sostenible.

El Partido Socialismo y Libertad (PSOL) está formado por la fusión del ala izquierda del PT con partidos menores de izquierdas, como el trotskista PSTU, cuando Lula empezó a abrazar abiertamente la social-democracia durante su mandato.

Éstos no son los únicos partidos parlamentarios: hay otros nueve, pero éstos están alineados con unos o con otros

En la siguiente entrega, los candidatos a presidente.

Seguiremos informando.

Mi 3 de octubre particular (1ª parte)

El próximo domingo 3 de octubre pretendo levantarme relativamente temprano, pegarme una ducha, coger el metro, pasarme el resto de la mañana en la cola haciendo coñas con la gente presente y, finalmente, votar.

Y no, no estoy afiliado al PSOE. Doy fe de que lo he intentado: llegué a firmar un papel, pero por motivos que no llego a entender del todo, éste se perdió en el camino que va desde la Agrupación de Moncloa a donde quiera que se lleven éstas bases de datos. Mi intención es afiliarme en mi nuevo barrio una vez terminen las primarias y vuelvan a abrirse las listas, pero, personalmente, no tengo nada que ver con la pugna Jiménez vs. Gómez – ya dejé relativamente clara mi opinión (en la medida en que mis opiniones puedan deducirse de mi espeso verbo) hace un par de artículos.

El 3 de octubre voy a votar por primera vez en las elecciones presidenciales brasileñas. Llego tarde, lo sé – pude votar ya en las presidenciales de 2002 y no lo hice – pero hasta hace relativamente poco me negaba a hacerlo, en éstas extrañas pugnas de identidades que, supongo, afligen a los que, como yo, tienen un pie en cada lado del océano. En esto actuaba de forma coherente con el incendiario artículo que escribí hará unos meses sobre la responsabilidad electoral de los electores emigrados, que me ganó no pocos disgustos.

El problema es que en Brasil, al contrario que en España, votar es obligatorio – medida absurda de efectos nefastos, especialmente en las elecciones a la Cámara de Diputados – y el no tener lo que los brasileños llaman las obligaciones electorales en orden genera infinitas molestias: uno no puede renovar el pasaporte, por ejemplo – y no puedo entrar ni salir de Brasil sin él. La última vez que tuve que hacerlo (renovar el pasaporte), hará unos meses, me tuve que sacar de la manga un mega-combo en el cuál solicitaba al mismo tiempo que la Justicia Electoral me perdonase el no haber votado – afortunadamente, al ser residente en el extranjero ya no tengo que pagar una multa – y presentaba esos mismos papeles como justificación de que si mis papeles electorales no estaban en orden, al menos estaba trabajando en ello.

Después de tal odisea, me dije a mí mismo que la parafernalia burocrática brasileña ya era demasiado infernal per se como para que encima me empeñase en complicarme la vida faltando a mis obligaciones electorales. Así que solicité mi incorporación al registro electoral – en febrero de éste año. Volví al consulado a finales de julio – que es cuándo me dijeron que me pasase a por mi carnet – y, bien al estilo de la muchachada del Itamaraty, me dijeron que volviese en septiembre, a ver si entonces. Y es lo que haré ésta tarde, al salir del curro.

Y entramos ahora en el espinoso problema de mi ética personal. Tengo absolutamente claro que si he de votar dentro de dos semanas es por una mera conveniencia burocrática: de hecho me resulta comprometido considerar que tengo derecho a participar en la vida política de un país en el que no vivo. Pero, por otra parte, es parte de mi propio carácter el considerar un voto una decisión personal que ha de estar perfectamente razonada y calibrada. Hasta la vez que voté en las elecciones municipales en Rotterdam, hará unos cuatro años, me puse a bucear en los programas electorales – dentro de lo que permitía mi escaso conocimiento del neerlandés – para elegir un partido conforme a mis opiniones políticas.

En consecuencia, la solución es evidente y comprometida: mirar lo que hay y elegir en consecuencia: es decir, involucrarse.

Los resultados de mi estudio, en la segunda parte de éste artículo.

Seguiremos informando.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Mucho más complicado que eso

Conocemos (casi) todos la fábula de la zorra y las uvas. Ve el bicho las uvas colgadas de la parra, le entra hambre, intenta cogerlas. Al no lograrlo, se encoge de hombros (alguien me tiene que explicar como puede hacer eso un zorro) se justifica a sí misma diciendo que las uvas están verdes.

El "cese de actividades" de ETA tiene más o menos que ver con eso. Una combinación de sonoras torpezas y de la acción policial en varios países distintos han reducido bastante el margen de acción de la organización. Muchos de los intentos de reconstituir sus actividades han acabado en collejas de lo más ruidoso. Y ahora salen diciendo que eso es porque en realidad no querían atentar. Vaya por Dios.

Un amigo mío y lector de éste su blog se indignaba ante la falta de reacción por parte de los grupos políticos en general ante el anuncio de ETA. Dije tras el atentado de la T-4 que el problema consistía en que ETA ha perdido el beneficio de la duda. Sus palabras ya no bastan: son necesarias acciones concretas por parte de los terroristas.

Hay varios problemas aquí y pretendo tratarlos uno a uno.

El primero consiste en que la campaña furibunda del bigotismo ha hecho calar en la opinión pública la idea de que la acción policial es suficiente para acabar con ETA. Siempre he dicho que si eso fuera cierto, el franquismo, esplendorosamente dotado para la represión, hubiera acabado con ETA fácilmente; como bien sabemos, no solo no lo hizo, sino que el Presidente del Gobierno de España acabó en un patio de colegio tras volar siete pisos con Dodge y todo. A pesar de la contundencia de éste argumento, la irresponsabilidad del populismo pepista, de la que he hablado demasiadas veces como para llevarlo bien, ha reducido el margen de actuación pública del Ejecutivo a la mínima expresión. Sea lo que sea lo que haga el gobierno, a ojos de la ciudadanía el único mensaje posible es el que hemos visto en todos los telediarios: "Lo único que tiene que hacer ETA es desaparecer"; "Seguiremos igual"; "Máxima contundencia contra el terror", etcétera, etcétera. Cualquier cosa allende éste mensaje deberá llevarse en la clandestinidad - con el componente antidemocrático que supone.

Lo sensato sería salir a la palestra y decir alto y claro cuál es el segundo problema: muchísimo más importante que desarmar a los etarras (que al fin y al cabo son pocos y peñukis) es disuadir a los aproximadamente cien mil vascos que creen que la única forma de lograr la autodeterminación de Euskal Herria es vía rifle. Si no conseguimos ésto, vamos a estar desarticulando Comandos Vizcaya hasta el fin de los días. El problema principal no es que haya gente que crea sinceramente en la liberación armada: al fin y al cabo tarados los hay en todas partes. El problema, y el motivo para la reflexión, es que haya tantos.

Y el principal problema es que la mayor parte de los über-vasquistas éstos lo son porque residen en un entorno asfixiantemente cerrado - vagamente delimitado por el triángulo Orio-Irún-Andoain - donde, desde la cuna hasta la tumba, uno come, bebe, vive el mensaje de opresión nacional y martirio, implacablemente martilleado por el entorno familiar y moldeado por el pánico al terrible castigo afligido a los que se atreven con la heterodoxia. El resto son peñukis - la inmediatez del nacionalismo, amén del igualmente contundente castigo a los heterodoxos - ha hecho que el über-vasquismo haya fagocitado a otras variantes del peñukismo vasco.

Está claro que, para empezar, las armas deben dejarse en la puerta, donde las veamos. Pero de ahí en adelante empieza la parte complicada: el problema que no se resuelve a ostias. Se trata de un infernal encaje de bolillos en el cuál hay que convencer que en el sistema democrático caben todos - no ayudamos, precisamente, prohibiendo partidos políticos - y que la independencia vasca es posible si el pueblo vasco así lo desea - aunque va a ser más difícil convencerles de que, ahora mismo, la mayoría de los vascos no quieren la independencia (en bastante medida, por su culpa).

Una solución que requiere serenidad y mano izquierda. Uf.

Seguiremos informando.

jueves, 9 de septiembre de 2010

"Ruina Imponente": El Retorno

Hacía tiempo, ¿eh?

Ya dije en su día que, al no poder acceder a Blogger en el trabajo, mi ritmo de (ejem) producción se vería afectado. Al fin y al cabo, cuándo más inspirado estoy es entre las ocho y las nueve de la mañana, cuando todavía no hay demasiado trabajo que hacer y me dedico a leer la prensa.

Cierto es que puedo escribir artículos y enviarlos por correo electrónico. Pero he notado que los artículos enviados por e-mail me descuajaringan el aspecto del blog - la barra de enlaces, por ejemplo, se va abajo del todo.

En todo caso, si aún puede servir de excusa, he de decir que me he mudado - otra vez. Pero ésta vez con contrato firmado, papeles y toda la pesca. Lo que significa que, a pesar de estar viviendo en Madrid Capital desde Semana Santa, solamente soy oficialmente madrileño desde el martes.

Sea como sea, es mi intención pasarme lo que queda de semana comentando las últimas nuevas. ¿Alguna sugerencia?

Seguiremos informando.