jueves, 7 de enero de 2010

La cigarra y la hormiga, versión malvada

Ésta semana se ha inaugurado el edificio más alto del mundo, de 828 metros de altura. La megatorre, que supera en más de 300 metros al anterior edificio más alto, estaba pensado para ser la joya de la corona, la guinda en el pastel, de las ambiciones del emir de Dubai, Mohamed al Maktum.

Hagamos un poco de historia. Hasta 1973, lo que hoy son los Emiratos Árabes Unidos eran una aglomeración de países diminutos (a excepción de Abu Dhabi) y poco poblados conocidos como los Estados de la Tregua. Recibían ese nombre porque allá por el siglo XIX habían firmado una serie de tratados con el Reino Unido por los cuáles los ingleses sobornaban a los jefes tribales que los regían a cambio de una pequeña guarnición militar y que no se dedicasen a ese feo vicio que se llama piratería. A finales de los años 60 al Reino Unido se le acabó el dinero para las tonterías (es decir, para el Imperio Británico) y salieron por pies; así que los emiratos en cuestión, para no ser subsumidos en la irrelevancia, decidieron federarse en los Emiratos Árabes Unidos.

Pero no nos engañemos: lo de la federación es muy bonito, pero los EAU los llevan dos familias: los Khalifa, de Abu Dhabi (el emirato más grande, con diferencia) y los Maktum, de Dubai (el segundo emirato más grande). La componenda a la que se llegó fue muy sencilla: el emir de Abu Dhabi sería el presidente de la Federación y el emir de Dubai su primer ministro. Los demás emiratos participarían en el Consejo Federal Nacional (probablemente el parlamento más relajado del mundo) y, básicamente se dedicarían a vivir de las rentas del petróleo que, generosamente, manaba del suelo.

Éste acuerdo parecía complacer a todo el mundo hasta que en 1995 ascendió al trono de Dubai Mohamed al Maktum. Su predecesor y tío, Maktum al Maktum, se complacía llevando una vida confortable, dotando a los dubaitíes de agua potable, colegios y semiesclavos bengalíes para que les hiciesen el trabajo duro (patrón seguido por doquier en la Península Arábiga) y convirtiéndose en el mayor y más prestigioso criador de caballos purasangre de Inglaterra después de la Reina de Inglaterra. Sin embargo, el bueno de Mohamed era joven y ambicioso, y eso de ser el segundo plato de los Emiratos no le parecía suficiente.

Así que todo eso que seguramente hayan oído de "quiero garantizar el bienestar de mi pueblo una vez se agote el petróleo" es una patraña muy bien estudiada. Lo que quería Mohamed al Maktum era ser el califa en lugar de los Khalifa, es decir, convertirse en el mandamás de los Emiratos Árabes Unidos.

Así que tomó la actitud de utilizar el crédito ilimitado que te da residir sobre grandes reservas de petróleo para convertir al polvoriento y olvidado emirato de Dubai en una suerte de Las Vegas a escala global: el lugar donde uno puede ser obscenamente rico sin los inconvenientes de la vida real.

Pronto, día tras día, en la prensa mundial salían noticias de la última excentricidad a ser construida en Dubai, de las cuáles ya sabrán bastante, incluso más que yo.

Mientras, el gobierno de Abu Dhabi creaba la Autoridad de Inversiones de Abu Dhabi, una empresa que se dedicaba a invertir los igualmente absurdos beneficios del petróleo. Háganse una idea: no se sabe - nunca han hecho público - cuánto dinero tienen. En todo caso, sólo las inversiones que se saben le convierten en la segunda mayor entidad del mundo en inversiones, tras el Banco de Japón. Se estima que tienen ahora mismo entre 600 y 750 mil millones de euros (si no les cuadra, prueben a leerlo como 600.000.000.000 euros)

El resultado final era de esperar: la fiesta de la construcción en Dubai se va al traste, paralizada por la falta de crédito - eso te pasa por hipotecar el petróleo que vas a tener - y Abu Dhabi tiene que venir con 10.000 millones de dólares para salvar el trasero del pobre emir Maktum.

Pero los Khalifa, los dueños de Abu Dhabi y de los 10.000 millones, no van a dejar el dinero sin más. Hacen algo tremendamente encantador, que es apagar la colilla del Montecristo Nº 1 en el ojo del jeque Maktum. A cambio del parné, cogen la joya de la corona, la guinda del pastel, el triunfo final de los Maktum, el centro, se mire por donde se mire, del Dubai del milagro, la torre de los 828 metros, y obligan que, el día de su inauguración, su nombre, en letras de oro, sea proclamado a lo largo y ancho del mundo. El nuevo edificio, en lugar de Burj Dubai (o Torre Dubai, en nuestro noble idioma) se llamará Burj Khalifa.

No me digan que no es maravilloso.

Seguiremos informando.



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