viernes, 23 de octubre de 2009

Yo mama

Todo el mundo ha visto en alguna que otra película americana (ahora que yo recuerde, la versión de Eddie Murphy de El Profesor Chiflado, pero, por Dios, no la vean sólo por ésto) las docenas, el célebérrimo desafío verbal en el que dos negros se sueltan constantemente pullas, a cuál más vulgar y bruta; el que deja al otro sin palabras, gana.

Insultar es, no nos engañemos, una actividad tremendamente divertida; es básicamente lo segundo o tercero que aprendemos a hacer una vez adquirimos habilidades verbales, y gran parte de nuestro proceso de aprendizaje consiste en refinar nuestros insultos, hacerlos más sutiles y, a su vez, más dolorosos.

Gran parte del arte de la oratoria, de hecho, consiste en insultar al adversario con estilo: Cicerón no se hubiera hecho famoso si no hubiese llamado a Catilina tirano, malvado y orejón, eso sí, con rimbombante sutileza. (El oxímoron está hecho a propósito.) En la edad de oro de la oratoria parlamentaria española, Cánovas llamaba socialista a Sagasta, que llamaba reaccionario a Silvela, que llamaba corrupto a Gamazo, que llamaba cuñao a Maura y así sucesivamente, pero viendo esos Diarios de Sesiones a día de hoy, uno tiene que estar bien entrenado para ver la puñalada trapera escondida en la retranca.

Los españoles nunca hemos sido pródigos en el arte de la sutileza, y menos en los tiempos que corren dónde por doquier la discreción brilla por su ausencia. Hoy en día el insulto corre con una largueza que impresiona, no sólo en privado, dónde ya abundaba, sino también en público, dónde antaño la cortesía obligaba a una cierta ponderación en el lenguaje.

En democracia, no podemos permitirnos insultar. Ni mucho ni poco; nada. Cánovas y Sagasta se podían permitir el soltarse espadazos verbales porque, al fin y al cabo, gobernar en un sistema constitucional autoritario como era el de la Restauración era un proceso prácticamente automático: los de siempre mandaban y el pueblo obedecía.

Siendo cínicos, uno podría decir lo mismo de la política contemporánea. Es una perspectiva popular entre el conservadurismo español, que, como ya he dicho en innúmeras ocasiones, carga encima el lastre del desprecio a la política heredado del franquismo, y, en consecuencia, aplaude , en la medida de lo posible y con mayor o menor entusiasmo, toda iniciativa destinada a desacreditar la democracia e insuflar la idea de que la opción racional del ciudadano es ser egoísta: el público objetivo, en toda edad y circunstancia, de la derecha.

Si queremos definirnos como de izquierdas, no tenemos esa opción; como ya saben, nuestro camino no es ni fácil ni popular. Nuestra referencia ética es que el político, el cargo electo, es un servidor del pueblo, dotado de poder y responsabilidad por voluntad de los ciudadanos; es decir, la política como ideal. Obviamente, experientia docet, no vivimos en los mundos de Yupi y sé, más que perfectamente, que el comportamiento humano está lejos del ideal; es por eso que elegí la socialdemocracia: porque (todavía) no somos lo suficientemente buenos y sabios como para actuar, en todo momento, mirando más allá de nuestras narices, que es lo que es necesario para que funcionen otras formas de gobierno, aparentemente más progresivas.

Pero el hecho de que reconozcamos que no podamos contar con que todo el mundo se vaya a comportar dentro de la ética política que consideramos ideal, no implica automáticamente que partamos en una carrera desenfrenada a la charca a ver qué tal se reboza uno en el fango. El ser humano puede ser mejor o peor, pero el ideal sigue allí, como un faro a indicarnos el camino a seguir. Y dado que la humanidad, en su larga historia, no ha encontrado una mejor manera de regirse a sí misma (entendiendo mejor como que ninguna manera satisface más y mejor las necesidades de tanta gente) no podemos dejar de mirar hacia los paradigmas éticos de la democracia como objetivo final.

Y, en consecuencia, y como hilo para salir de la parrafada filosófica que he soltado (y, seguramente, habré escrito mal) y volver al tema: la estrategia de comunicación de cualquier organización política debe dedicarse a de qué manera se ha actuado, se actúa y se actuará para el mayor interés de los ciudadanos. Y ya está.

Conozco a mis lectores, y sé que algunos de entre ustedes dirán que eso es perder el tiempo; que lo que quiere la gente es carnaza y estulticia, que el ser humano no merece todas esas atenciones; son demasiados años de demagogia vivida como para recuperar la fe en la humanidad. Les entiendo perfectamente: vivo en la Comunidad de Madrid.

Pero la demagogia siempre tiene un momento de caída, porque, invariablemente, tarde o temprano, la gente se da cuenta de que se les está tratando como estúpidos. Y es en ese momento cuándo las ideas bien razonadas toman valor, donde el poder de convicción pesa más que el insulto, donde la esperanza de un futuro mejor se abre camino.

Y es para ese momento por lo que debemos estar preparados. Ya debíamos haber empezado.

Seguiremos informando.

4 comentarios:

Dixie Daisy dijo...

Desde antaño, bien lo sabes tú, versado en tales desmanes pseudohumanos (pues no hay nada más opuesto a la humanidad que la indiferencia ante el sentir ajeno) ha bastado con tachar de utópico un asunto para zanjar cualquier amago de debate al respecto. Nos hemos acostumbrado a las definiciones dogmáticas en cuanto a política se refiere, olvidando la raiz que necesariamente conllevan y, que en la actualidad, arrastrados por un pasado que nos suena ajeno (ya refería Rousseau la necesidad de la vivencia para hacer nuestro un concepto y, por tanto, entenderlo) y embobados en la decadencia de la sociedad capitalista, hemos deformado hasta la saciedad la concepción de izquierda y derecha. Si para nuestros contemporáneos resulta una mera opción decantarse por uno u otro lado, en sus orígenes era una cuestión de supervivencia. Lejos queda la lucha por los derechos humanos, al darlos por supuestos. Y he ahí el mayor de los peligros, creerse dueño de aquello que no se posee.
Respecto al insulto, bien acogido en las cortes francesas, apunto: no es la palabra la que hiere, sino el hecho. Y puesto que moramos entre generaciones de sicóticos, para muchos es una necesidad imperante dañar con o sin motivo, pues como el cotilleo, da sentido a vidas ignominiosas, completa a los incompletos.
Temo no haber sabido, yo tampoco, transmitir cuanto hubiese querido. Me gusta tu blog, Thiago. Un beso.

Dixie Daisy dijo...

Hay suficiente traición y odio, violencia,
necedad en el ser humano corriente
como para abastecer cualquier ejercito o cualquier
jornada.
Y los mejores asesinos son aquellos
que predican en su contra.
Y los que mejor odian son aquellos
que predican amor.
Y los que mejor luchan en la guerra
son -AL FINAL- aquellos que
predican
PAZ.
Aquellos que hablan de Dios
necesitan a Dios.
Aquellos que predican paz
no tienen paz.
Aquellos que predican amor
no tienen amor.
Cuidado con los predicadores
cuidado con los que saben.
Cuidado con aquellos que están siempre
leyendo libros.
Cuidado con aquellos que detestan
la pobreza o están orgullosos de ella.
Cuidado con aquellos de alabanza rápida
pues necesitan que se les alabe a cambio.
Cuidado con aquellos que censuran con rapidez:
tienen miedo de lo que no conocen.
Cuidado con aquellos que buscan constantes
multitudes;
no son nada solos.
Cuidado con
el hombre corriente
con la mujer corriente.
Cuidado con su amor.
Su amor es corriente, busca
lo corriente.
Pero es un genio al odiar
es lo suficientemente genial
al odiar como para matarte, como para matar
a cualquiera.
Al no querer la soledad
al no entender la soledad
intentarán destruir
cualquier cosa
que difiera
de lo suyo.
Al no ser capaces
de crear arte
no entenderán
el arte.
Considerarán su fracaso
como creadores
sólo como un fracaso
del mundo.
Al no ser capaces de amar plenamente
creerán que tu amor es
incompleto
y entonces te
odiarán.
Y su odio será perfecto
como un diamante resplandeciente
como una navaja
como una montaña
como un tigre
como cicuta
Su mejor
ARTE.

Dixie Daisy dijo...

Es lo que opino. Da gusto leerte. Gracias por el sms. Actualmente me estoy quitando del facebook. Al final, con la tonteria de los juegos, los quest, etc... pasaba demasiado tiempo allí; pero si vuelvo seguro que te agrego. Un beso grande. Me ha hecho mucha ilusión tu mensaje :)

Dixie Daisy dijo...

Aaaaarg, no tengo saldo en el movil para responderte. ¿Cuál es tu mail? Pues había quedado para salir pero no me apetece mucho salir de casa. Tengo que ir a comprarme algo para una boda y cuando vuelva no creo que haya mejorado mi animo. Si salgo, recargo y te doy un toque. Siempre es un placer hablar contigo y al final nunca terminamos los debates. Otro beso.