martes, 30 de diciembre de 2008

Regalos de Navidad (II)

Y éste va para la todavía mademoiselle Celia, allá del otro lado del charco.

Mi intención era hacer vídeos subtitulados para todo el mundo, pero dado que estaba indeciso sobre si subtitular Northwest Passage, de Stan Rogers, o Mon Pays, de Gilles Vigneault (siempre la barrera lingüistica) mejor tirar por la calle de enmedio y hacer un instructivo artículo sobre

Cuatro Cosas que Hacer en Montréal mientras todavía eres un turista

Primera Cosa: Ir a ver un partido de los Canadiens. En Montreal, quizás aún más que en cualquier otro lugar de Canadá, el hockey es religión. En primer lugar, porque los Canadiens, junto con los Green Bay Packers de la NFL, son posiblemente el único "equipo" de las ligas deportivas profesionales norteamericanas. Cualquier otra franquicia puede mudarse a cualquier otra parte, pero los Canadiens jamás podrán moverse de Montreal: son parte integrante de la cultura, la historia e incluso de la política de Quebec (véase el Motín Richard de 1955). Una muestra de la importancia de los Canadiens está en el cuento "La camiseta de hockey", de Roch Carrier, un relato TAN transcendental para comprender las obsesiones nacionales canadienses que un fragmento aparece en el reverso de los billetes de cinco dólares. Cierto es que ir hoy a un partido de la NHL, totalmente aséptico y comercializado, no tiene ni punto de comparación con los años 50, con el Forum de los tiempos de "Rocket" Richard y "Boom-Boom" Geoffrion, abarrotado de gente y nublado del olor a humanidad y cigarrillos baratos; igualmente penoso es el hecho de que hace quince años que ningún equipo canadiense consigue llevarse la Copa Stanley, derrotados por equipos de lugares donde no hay nieve natural desde hace unos quince mil años. Pero en todo caso, es tradición, es historia y, qué rayos, quizás haya hasta suerte y los Habs ganen algo. Nota bene: si en la casa en la que estás no encuentras a nadie que quiera ir contigo, mejor será que empieces a preocuparte con qué tipo de gente estás viviendo.

Segunda cosa: Comer. Respeto, sin compartir, tu vegetarianismo, pero hasta tú has de reconocer que te privas de disfrutar de las típicas especialidades montrealesas. Si en algún momento decides que un día es un día, métete en la cola del boulevard Saint-Laurent con todos los demás y pídete (para llevar) un gran bocata de carne ahumada en Schwartz's. He de reconocer que no me atreví a enfrentarme a la heroica cola del restaurante, pero no me privé de mi bocata: me fui a Ben's, desgraciadamente hoy ya cerrado, y, superando mi habitual aversión a lo ahumado en nombre del turismo, me enfrenté al bicho. Lo primero que tengo que decir es que está sorprendentemente bueno; lo segundo es que, gracias a que la ley mosaica impide comer carne con sangre, la charcutería hebrea somete al trozo de pecho de vaca a tales tormentos que al final la sustancia ésta sabe a cualquier cosa menos a ternera. Si a ésto le sumamos las capas y capas de pepinillos, mostaza y chucrut, puedes terminarte tu bocata sin sentir la carne. Si aun así no te convences, podemos pasar a la guarrerida nacional de Quebec, la poutine, sobre la cuál creo que ya estarás más que bien informada. Dicen los puristas que es indispensable la salsa de carne, pero no es así: lo realmente importante son los pedazos de queso cuajado: deben estar absolutamente frescos, así que el plato (quicir) raramente resiste la exportación. Así que la mejor opción es hacértelas en casa: patatas fritas, queso cuajado (fromage en grains, dice el paquete) y una salsa de tomate natural y orégano (imprescindible que esté bien caliente). Si aún así te resistes a las guarreridas, pues, ya sabes: hacer la cola un domingo por la mañana en alguna de las panaderías judías del Mile End, llevarte una docena de bagels (recuerden: los bagels montrealeses han sido los primeros en ir al espacio) y tomarlos aún calentitos bajo un edredón bien grandote con zumo de naranja y litros de queso crema. Y basta ya, que tengo hambre.

Tercera cosa: Un paseo en bici. Obviamente ésto no es para hacerlo ahora, sino cuándo el invierno levante un poco el pie y la nieve dé paso al slush (me encanta ese nombre por lo gráfico y preciso) y el slush dé paso a una orgía de hojas y flores verdes. Montreal es, paradójicamente, una ciudad diseñada para el buen tiempo: parques enormes y preciosos, kilómetros de carriles bici, y elegantes y decorativas escaleritas de acceso a los edificios que se convierten en trampas destinadas a provocar esguinces y muerte en cuánto llega la primera helada. Ya he contado que cuándo alquilé una bici para pasear por la Isla Notre-Dame se me cruzaron dos castores por el camino (o eran castores o nunca he visto una rata tan grande en la vida) y estuve a punto de caerme en el canal de remo (por suerte, era agosto). Otro paseo bonito es por el canal de Lachine, pero éste requiere más tiempo. Y, desde luego, si tienes la preparación física adecuada y los suficientes bofes, puedes intentar trepar por el Mont-Royal (luego, como ya sabrás, merece la pena).

Cuarta cosa: El Estadio Olímpico. Sabes que te has convertido en un montrealés cuándo tu primera reacción al ver el complejo construido para las Olimpiadas del 76 es maldecir como un arriero a los Juegos, a las obras, a las deudas y a Jean Drapeau. Salvo a Israel, dudo que haya alguna parte del mundo a la que el período 1975-1980 haya sentado bien, y Montreal no fue una excepción. Por esa época se terminó el nuevo Palacio de Justicia (también llamado "¡Viva, hormigón pretensado y vidrio ahumado!") que le sienta a la Ciudad Vieja como un grano en la nariz, y se inauguró el Estadio Olímpico. Ve a verlo: es indudablemente espectacular. Y una vez lo hayas visto y lo hayas admirado, que te cuenten la realidad: que fue inaugurado, que no terminado, que el techo plegable jamás ha funcionado, que tuvieron que cerrar el estadio porque se cayó UNA VIGA en medio de los graderíos (afortunadamente, no había nadie), que ahora, si no fuera por los Montréal Alouettes, estaría vacío, y, por si fuera poco, se salió tanto del presupuesto que tuvieron que organizar una lotería especial, y aun así, sólo se terminó de pagar en 2004. Y recordar que salvo Nadia Comaneci, Alberto Juantorena y Teófilo Stevenson, los Juegos de Montreal fueron una bazofia miserable que nadie vio, nadie aguantó y nadie quiere recordar.

Así que aquí queda tu regalo. ¡Feliz Año Nuevo!

Seguiremos informando.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Vota sangre

Israel suele presumir (y la derecha global con ellos) de que son la única democracia estable de Oriente Medio. El hecho de que la propia actividad del Estado de Israel ha contribuido largamente a la veracidad de esa afirmación (véase, por ejemplo, la actividad democratizadora de Israel en Líbano) suele ser alegremente ignorada.

Pero la democracia israelí es, como el país en sí, muy sui generis. Una de las primeras cosas que me sorprendió, por ejemplo, fue que las élites, tanto políticas, como culturales, como económicas, durante los primeros treinta años de la existencia del Estado de Israel, eran mayoritariamente de izquierda marxista (el sionismo laborista del que ya he hablado) y que fue la derecha israelí la que creció a través del populismo obrero militante (normalmente es al revés). También fue sorprendente el hecho de que uno de los puntos fundamentales de la carrera de cualquier político israelí con aspiraciones debía ser un acto heroico de guerra.

Bien, partamos de la base: Israel celebra elecciones éste año que entra, y el Likud del renacido Benjamín "Bibí" Netanyahu va disparado por delante en las encuestas. El Likud basa su política en el que yo llamo Primer Consenso Sharon. ¿Y qué rayos es el Primer Consenso Sharon? Me explicaré.

El sistema de partidos de Israel es uno de los más atomizados del mundo, si uno exceptúa a los italianos y a los belgas. Hay 12 (doce) partidos en la Knesset, de 120 escaños, lo que da una proporción de 10 escaños por partido (en España esa proporción es de 35, en Canadá, 76). Como todavía nadie ha conseguido mayoría absoluta en la vida, y, al fin y al cabo, se trata de la propia existencia del Estado, entre la ciudadanía y los partidos políticos israelíes se desarrollan consensos. El primer consenso fue el Consenso del Laborismo Sionista o el Consenso Ben Gurión: Echar a los árabes, quedarse sus tierras y crear colonias agrícolas de un lado, del otro aguantar todo lo que se pueda a los ataques árabes, con el apoyo y patrocinio de los Estados Unidos. Éste primer consenso aguanto una treintena de años, hasta que reventó por tres costuras: primero, que lo de crear colonias agrícolas ya no era tan popular como antaño; segundo, que con la crisis del petróleo Estados Unidos ya no estaba tan dispuesto a pagar las facturas de Israel; y tercero, la aparición del terrorismo palestino. De ahí la aparición del Consenso Begin: "Paz con los enemigos exteriores, leña a los palestinos hasta que se corrijan". Técnicamente a los palestinos les dio por corregirse: Yasser Arafat se hizo mayor y más blandito, lo que dio paso al tercer consenso, o el Consenso Rabin: "Si damos territorios y autonomía a los palestinos, éstos nos darán tranquilidad." De ahí los acuerdos de Oslo, la foto de Rabin con Arafat, en fin, la historia consabida.

La muerte de Rabin ya muestra que el Consenso Rabin no era tan consenso. Los über-israelíes estaban ascendiendo, gracias a dos factores: primero, la entrada masiva de judíos de la Unión Soviética, terriblemente anti-socialistas, y segundo, el simple peso demográfico de los judíos ortodoxos. Al mismo tiempo, Hamás surgía como alternativa militante a la pasmosamente corrupta OLP, que iba perdiendo poder conforme Arafat iba chocheando. El Consenso Rabin murió definitivamente el día en que empezó la Segunda Intifada.

Yo me acuerdo porque pasó una semana después del primer (y último) viaje de mi mamá a Israel: Ariel Sharon fue a pasear por la Explanada de las Mezquitas. Para entender ésto, imagínense que Josep Lluis Carod Rovira viaja a Madrid, se baja del avión en calzoncillos blaugranas, pasea por la ciudad bajo fuerte escolta policial y aclamaciones del público y se caga en la puerta del Sol. Ahora multiplíquenlo por cinco mil. Ahí empezarán a tener una idea de lo que fue la Segunda Intifada.

Con ese acto, Ariel Sharon quiso demostrar de forma empírica una idea que, vista la reacción, caló fuertemente en la sociedad israelí: el Primer Consenso Sharon. La idea es que hagas lo que hagas, los palestinos, todos ellos, son ignorantes, violentos y asesinos, y su objetivo es destruir Israel. En consecuencia, lo que uno debe hacer es: a) Mantener la paz en las fronteras exteriores, violentamente si es preciso. b) Empujar la ocupación de Cisjordania hasta que los palestinos se mueran o se vayan, lo que ocurra primero. c) Ninguna agresión palestina debe pasar sin venganza. d) Lo que opinen los países que no sean Estados Unidos no tiene importancia. e) Si la opinión pública estadounidense se pone en tu contra (lo que ya de por sí es improbable) recordar que los palestinos son ignorantes, violentos y asesinos. Sencillo y fácil.

La oposición al Consenso Sharon viene de la izquierda y de la derecha. De la izquierda, porque manda al carajo las esperanzas de paz secula seculorum, y de la derecha, porque implica reconocer que Israel tiene, efectivamente, unas fronteras exteriores, limitando su expansión territorial. El problema fue que Sharon, como buen estratega y pésimo político que era (o es, recuerden que sigue vivo) consideró que Gaza era una frontera exterior; el Likud dijo que no, y de ahí se fragmentó el partido. El Kadima, el actual partido en el gobierno, era Sharon, y el actual primer ministro, Ehud Olmert, es un pringado corrupto. La sucesora y candidata del Kadima, Tzipi Livni, es una mujer, y aunque Netanyahu no es un héroe de guerra, su hermano sí lo fue (permítanme un momento Vicisitud y Sordidez: hay una peli sobre el tema dirigida por ¡Menahem Golan! Y con ¡Klaus Kinski!)

Así pues, los trescientos muertos de Gaza son un ejercicio del gobierno israelí para demostrar que son más machos que el Likud. El Consenso Sharon exige sangre de los palestinos. Simple y llanamente. Lo que ocurra ahora sí puede ser decisivo: ¿se atreverán a ocupar Gaza, o no?

Seguiremos informando.


domingo, 28 de diciembre de 2008

En busca del plan B

Murphy, el de la Ley de Murphy, más que un chiste es para mí un profeta del Señor, pues basándome en sus principios todo encaja y nada falta para entender mi vida.

Ésto viene porque, éste año, por primera vez en cuatro años, tenía muy claro desde hacía tiempo cuál era el plan para Nochevieja. Pero, porque Murphy es nuestro profeta y nada nos ha de faltar, pues ya no hay plan.

Así que, si saben de alguna parte donde puedan acoger a un gordo que juega al Trivial, llámenme. Puedo convocar a más gente.

Seguiremos informando.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Regalos de Navidad 2008 (I)

Éste va para el Metalero: para su placer y la desesperación de los que le quieren, ¡progresivo italiano!



Seguiremos informando.

Feliz Festivus

Pues así, a lo tonto, ya son las segundas Navidades de Ruina Imponente. Como siempre, felicidades a nuestros lectores cristianos, y, a los que no lo sean, feliz Hannukah, Kwanzaa, Festivus o lo que les parezca más conveniente. A nuestros lectores musulmanes no les voy a decir nada, pues ya pasó el Eid y no me invitaron a cordero asado. Ah, se siente.

En todo caso, espero que, si van a sufrir la penalidad de no leer Ruina Imponente hasta entonces, les deseo unas fiestas estupendas, que disfruten de la compañía de los les quieren (y, sí, eso incluye al inefable cuñado que asiente con la cabeza cada vez que escucha La Tarde con Cristina) y que se lo pasen lo mejor posible.

Es lo único que les pido.

Seguiremos informando.


lunes, 22 de diciembre de 2008

Becario cretino del mes

Mi mamá quería que yo hiciera Periodismo. En mis ya remotos tiempos de instituto (van a hacer diez años), aquí un servidor, acompañado de su inimitable amigo el Deivid y un siempre variable pero casi invariablemente mediano plantel de secundarios, creamos, redactamos, maquetamos (con Word 97; Dios sabe el trabajo que costaba) y publicamos un semanario al que dimos el poco original nombre de Primera Página. Aquí los émulos de Charles Foster Kane conseguimos, pasando por innumerables vicisitudes, sacar hasta cuarenta y tres ediciones del periódico de marras, pasando en el camino de cuatro páginas a ocho, y, finalmente (una vez garantizado que la dirección del instituto nos dejase usar la fotocopiadora para sacar la tirada, la primera componenda periodística de aquí su corresponsal con el Poder) a doce páginas por semana.

En un país en el que no hay tradición de prensa académica, Primera Página fue una hazaña. Pero yo tenía bien claro que no quería hacer Periodismo. Con la altanería que solo puede uno tener con dieciocho años, tenía bien claro que yo, escribir, ya sabía escribir (dudo que hoy en día pueda leer las columnas sobre televisión que escribía sin pasar vergüenza), lo que yo quería era convertirme en alguien suficientemente informado e ilustrado como para poder escribir sobre asuntos importantes sin meter la pata. Ya por aquél entonces, era lector inveterado de periódicos, y casi todos los días leía gansadas que harían enrojecer a Chico Marx; no quería pasar la vergüenza de que toda España supiera de mi ignorancia en letras de molde.

Así que, como ya saben, hice Ciencias Políticas y de la Administración, me licencié y ahora disfruto de un trabajo gratificante y medianamente remunerado, pero con nulas posibilidades de ascenso. Ahora mismo mis posibilidades de convertirme en periodista son más o menos las mismas de las de convertirme en fraile seglar de la Orden de Predicadores. Pero creo haber hecho lo éticamente correcto: no meterme a informar a la gente sin saber de lo que estoy hablando.

Por desgracia, hay gente que no tiene esos principios éticos: lean, por favor, éste engendro.

¿Ya se lo han leído? Bueno, para empezar: estuve en Londres hace doce días y voto a Dios (éste arcaísmo es un homenaje al Gentleman, esperando que se mejore) que había autobuses de dos pisos; digo más, es lo que más había en la ciudad.

Así que expliquemos un poco la nota de prensa (es indigno de llamarlo, como lo llaman, reportaje) que ha fusilado el patán éste (que tiene la desfachatez de ocultar su ignorancia refugiándose tras el nombre de la web), dado que el periódico "serio" más vendido de España no lo hace por nosotros.

Los AEC Routemasters, es decir, éstos:


son autobuses diseñados en 1954 y que se construyeron hasta 1968. Diseñados y construidos bajo las duras condiciones de la austeridad del posguerra británico, son trastos fabricados para durar. A finales de los 70 y principios de los 80, empezaron a ser retirados; diseñados para operar con dos personas (conductor y cobrador) empezaron a ser sustituidos por vehículos más modernos, que operaban con un conductor-cobrador. Dos cosas frenaron la retirada de los Routemasters: primero, que los autobuses nuevos (también de dos pisos) que los sustituyeron eran cascarrias (dos palabras: British Leyland) que se rompían más que los propios Routemasters; segundo, la privatización de los autobuses londinenses (gracias, señora Thatcher) que hizo que las nuevas compañías privadas, por ahorrar gastos, prefirieran reformar los Routemasters en lugar de comprar autobuses nuevos.

Cuándo ya a mediados de los 90 empezaron a surgir nuevos autobuses (adivinen: de dos pisos) decentes (con piso bajo, motor Volvo o Mercedes y mucho menos traqueteo) los Routemasters pasaron a ser sustituidos. El golpe de gracia fue cuándo se promulgaron las nuevas directivas de accesibilidad en los transportes públicos, que obligaban a adaptar toda la flota de autobuses de Gran Bretaña con el fin de hacerla accesible a minusválidos. El Routemaster, naturalmente, era tan accesible como el Necronomicón, así que la suerte estaba sellada: el viejo AEC sería progresivamente retirado de todas las líneas en circulación.

Pero para aquél entonces el viejo bicho era más que un autobús: era un símbolo de la ciudad, como la Torre, el Big Ben, o las cagadas de paloma en la plaza Trafalgar. Como siempre pasa en el Reino Unido, surgieron organizaciones de señoras con jersey de punto que protestaban contra un ataque más al patrimonio de los británicos en nombre del progreso; máxime cuándo el impulsor de la medida, Ken "El Rojo" Livingstone, era detestado por muchos conservadores por ser demasiado laborista y demasiado moderno.

Después de muchas protestas, se llegó a una solución de compromiso: los Routemasters seguirían operando en dos líneas del centro, la 9 y la 15 (aunque nunca exclusivamente, para no incumplir la ley) que serían "heritage routes"; en todas las demás, seguiría el proceso de retirada. Así, el 9 de diciembre de 2005, el último Routemaster regresó a su garaje después de hacer su servicio en la línea 159 (Marble Arch - Streatham). Y se cerró el telón.

Hasta ahora: Ken "El Rojo" fue derrotado por escaso margen en las últimas elecciones a alcalde por el histriónico Boris Johnson, el pijo más pijo de Londres, famoso por sus payasadas. Y entre sus propuestas (quicir) la que nos ocupa: volver a construir el Routemaster, ésta vez con piso bajo.

¿Funcionará? A saber. Los autobuses modernos que vi por allí eran bastante confortables, y, si fuese londinense, consideraría la idea uno más de los infinitos desperdicios de dinero con el que el ayuntamiento de la capital británica premian a sus ciudadanos.

Y después de todo ésto, pregúntense: ¿quién es el periodista: él o yo?

Seguiremos informando.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Notas japonesas

Todos los periódicos comentan la bajada de los tipos de interés de la Reserva Federal de los Estados Unidos, y todos coinciden: es una maniobra muy arriesgada. En todo caso, excitada por la posibilidad de dinero barato para seguir haciendo perreridas, las bolsas se han disparado... a excepción de una.

Si usted piensa que la burbuja inmobiliaria española ha sido grande, señora, es que no conoce la gran burbuja japonesa de los 80. En 1985, Ronaldo Reagan pidió ayuda a los bancos centrales del mundo para que los Estados Unidos pudiesen salir de la recesión. Hasta aquél entonces, el yen estaba tremendamente infravalorado con respecto al dólar; eso ayudaba a las exportaciones niponas, lo cuál cabreaba a unos Estados Unidos que se esforzaban día a día en promover el "buy American" sólo para ver como Toyota vendía cada vez más y más coches.

El Acuerdo del Plaza de 1985, entre otras cosas, devaluó el dólar respecto al yen. A partir de ahí, el yen se empezó a revaluar más y más. Y con ese dinero, Japón entero se fue de compras. Los mercados inmobiliarios y de valores se hincharon tanto, que pronto resultó más barato comprar el Rockefeller Center que un edificio de oficinas en Tokio. En aquellos tiempos, se decía que, si estuviera a la venta, el Palacio Imperial de Tokio y sus jardines valdrían más que comprar todo el suelo de Canadá.

Pero, como siempre pasa cuándo tu moneda está sobrevalorada (véase Argentina) el dinero se acaba y con él la fiesta. Las exportaciones japonesas pasaron a ser carísimas, Sony dejó de ser una marca barata para pasar al tope de gama (los coreanos se quedaron con el mercado) y todo se fue a la mierda tan rápidamente como había subido.

Y aquí llega mi punto: desde 1991 los tipos de interés del Banco de Japón oscilan entre 0 y 0,5 por ciento (ahora es del 0,3), y la economía japonesa no ha reaccionado nada, o casi nada, desde entonces.

De ahí mi falta de optimismo, y el de mucha gente. Y de ahí, que el único índice bursátil que no ha reaccionado con euforia a la decisión de la Fed haya sido el Nikkei de Tokio. Japan knows best.

Pero como no soy economista, en realidad a lo que iba era a despedir a un viejo señor japonés, que ésta semana ha dicho su último adiós:


El pasado día 14 circulaba el último tren de la serie original de trenes de alta velocidad japoneses, tras 44 años de servicio. Habla muy bien de la calidad de éstos trastos el hecho de que, a pesar de que los trenes de alta velocidad en Japón se retiran a los quince años de servicio, éstos hayan circulado, sin demasiadas complicaciones, durante casi el triple de tiempo.

Los Serie 0, como se les conoce ahora (para no confundirlos con el resto de trenes que circulan por las Shinkansen) fueron los primeros trenes de gran velocidad a ser construidos. Fueron la prueba definitiva de que había que tomarse en serio a la ingeniería y a la tecnología de Japón, y, sobre todo, fueron modelo e inspiración de todas las redes de alta velocidad que vinieron después.

Seguiremos informando.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Explicar y comprender

¡Grecia! ¡Cuna de la cultura occidental! ¡Tierra de la democracia! No se dejen engañar: en la práctica, tres mil años después, Grecia es una versión oriental de España: la misma afición a hablar en voz alta, a ser patriotero, a comer durante horas y a quejarse de todo. Lo único diferente es que ellos tienen popes barbudos y nosotros no, y para ser sinceros, todo eso que nos perdemos.

En Atenas llevan ya una semana lloviendo las piedras y hay explicaciones para todos los gustos. Desde los que ven en la muchachada una saludable aproximación a la revolución social anti-capitalista (o simplemente los ven como una juventud sana y deportista) hasta los comentaristas de derecha, que oscilan entre considerarlos símbolos del fracaso del estado del bienestar, los cimientos de un complot anarquista para acabar con la sociedad cristiana y occidental, o, simplemente, gente que no tiene nada mejor que hacer.

Es el vicio usual, al que yo, normalmente, me sumo con indiscriminada alegría: intentar explicar antes que intentar comprender. Los que, como un servidor, vemos el mundo con un cinismo permanente y tremebundo, estamos acostumbrados a que todo tenga una explicación prima facie; y si no, nos la inventamos.

Y, por ésta vez, no me veo capaz. No me veo capaz de explicar lo que ha sucedido y sucede en las calles de Grecia: quizás en parte sea lo que dicen unos, quizás en parte sea lo que dicen los otros, probablemente no sea nada de lo que dice nadie.

Lo que sí habría que intentar es comprender lo que ha ocurrido. Y hasta entonces, mantenerse en silencio.

Seguiremos informando.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Les presento a John

Éste hermoso jamón de Segovia, junto con sus compañeros Paul, George y Ringo, ha sido el botín del Torneo de Pub Quiz de "The Irish Rover" (temporada otoño 2008) obtenido por el ímprobo cuarteto que se hace llamar Trío Calaveras & The Lady, compuesto por The Lady, Aserraderos McNeil, el Príncipe de Beukelaer y aquí un servidor. Sirva ésta foto como conmemoración y homenaje a nuestro trabajo en equipo, a nuestra camaradería y a nuestra capacidad de beber pintas (de lo que sea) y que sirva como antesala a nuevos cachos de gorrino a obtener en el futuro.

Seguiremos informando.

viernes, 5 de diciembre de 2008

¿Saben inglés?

Pues léanse ésto: es lo más grande que he visto en mucho tiempo, y, por desgracia, acierta en el centro del blanco a la hora de definir mi concepto de las relaciones de pareja.

Por cierto, me voy a pasar el puente a Londres. Intentaré mantenerme en contacto, pero si no es así, nos vemos el jueves.

Seguiremos informando.

Practica deporte: contamos contigo

Me sugiere mi maestro el Metalero que responda a la inscripción de Zapatero en el gulag humanista de Rubiano por su propuesta, al calor de la consecución de la Copa Davis, de crear un ministerio de Deportes. Consideran ambos, y con razón, que es una medida populista. Y como saben que lo que más se desprecia en éste blog, después de Gran Hermano y los grupos de lolailochunda, es el populismo, me han provocado a escribir, dado que, por motivos que no consigo entender del todo, parecen apreciar cuándo me pongo en modo "justa ira" por escrito.

Hay uno, y sólo uno, punto que podría ser positivo en la propuesta. La Secretaría de Estado para el Deporte depende del ministerio de Educación: con la transferencia de las competencias al nuevo ministerio, la ministra de Educación, en teoría, dejaría de estar protocolariamente en todos los palcos de España y podría dedicar su tiempo a tareas secundarias, como, por ejemplo, evitar que la próxima generación de españoles sea funcionalmente analfabeta o poner tasa a los afanes privatizadores de la Espe. Pero como todos sabemos que sería así, pues, para qué defenderlo más.

En la modesta opinión de éste su corresponsal, el ministerio de Deportes es, más que una medida populista, simple y llanamente, una forma de darle una cartera ministerial a Jaime Lissavetzky. Y nada más. Nada más, porque nadie tiene el valor de meterle el cuchillo al que las que, con casi total seguridad, son las instituciones más corruptas de España: las federaciones deportivas.

En nuestra discusión sobre el deporte y su regulación política, pedimos ayuda a nuestro experto en deportes de guardia, Jaime "Aserraderos McNeil", cuya opinión acerca de la situación del deporte en España pudo intuirse fácilmente gracias al generoso uso de la palabra "mierda" con el que nos premió durante toda la conversación.

Y recordamos todos los detalles: que las federaciones son instituciones privadas regadas con dinero de toda clase, tanto público como privado, algunas de forma pasmosamente generosa (véanse fútbol y baloncesto) y cuya estructura interna es en el mejor de los casos corporativa y en el peor, abiertamente dictatorial.

Igualmente recordamos que los mecanismos de chantaje de éstas instituciones son potentísimos (véanse los peruanos, que se han quedado sin Mundial de fúmbo) y que cualquier intento por parte del Gobierno de meter mano a la orgía de dinero y poder que son las federaciones queda en agua de borrajas antes de empezar.

Así pues, queda preguntar a mi estimado amigo Hidalgo, que sabe de las componendas y ambiciones de poder dentro del PSOE mejor que yo, qué motivo puede tener nuestro presidente del Gobierno para darle una cartera al ubicuo señor Lissavetsky.

Por cierto, y ya que estamos: no se metan con Pedro Castro: simplemente pensó en voz alta lo que mucha gente piensa: yo, entre ellos.

Seguiremos informando.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Tan tranquilos que estaban los muchachos

Dije que iba a hablar de política canadiense y así lo haré, para el interés de...bueno, de quién sea.

¿Recuerdan dónde lo dejamos? Bien, desde entonces, entre otras cosas, ehm, la crisis económica. El recién elegido gobierno conservador de Stephen Harper anunció hará un par de semanas un plan anti-crisis sacado directamente del manual de la derecha populista: en lugar de resucitar el keynesianismo como está haciendo todo el mundo, los conservadores optaron por prohibir las huelgas de funcionarios (hasta 2011), vender propiedades de la Corona (entiéndase, empresas públicas y tierras federales) y, sobre todo, acabar con la financiación pública de los partidos políticos. Todo ésto, recordemos, con un gobierno en minoría parlamentaria.

Si Harper pensaba que los tiempos de crisis harían que la oposición se tragase todo ésto sin protestar, se equivocaba. E inmediatamente tanto los liberales como los socialdemócratas del NPD se mostraron abiertamente en contra: sobre todo, contra el fin de la financiación pública de los partidos, por razones obvias: mientras que los conservadores reciben el 37% de sus ingresos del Estado (con los amigos del sector privado aportando el resto), los socialdemócratas dependen del fisco en un 57% y los liberales en un 63%.

Recordemos que, en un sistema westminsteriano como el canadiense, por convención, cuándo una ley de presupuestos es rechazada en el Parlamento, el gobierno dimite. ("Loss of supply", se llama.) Y cuándo el gobierno dimite, también por convención, se convocan nuevas elecciones.

Pero las elecciones fueron hace menos de dos meses, y nada hace pensar que los canadienses hayan cambiado tanto de opinión desde octubre para acá. Ante la oposición, lo normal sería que los conservadores cediesen, recortasen los aspectos más polémicos de la ley, y la volviesen a someter al Parlamento, más moderada.

¿Y, entonces, por qué la política canadiense parece haber explotado durante los últimos cuatro días? Pues la primera bomba fue que la oposición liberal-socialdemócrata charló un poco y se dijo: y ya que nos llevamos tan bien, ¿por qué no hacer una moción de censura constructiva y formar un gobierno de coalición?

Una moción de censura constructiva, para los que no hayan tenido la suerte de estudiar Políticas, es muy sencilla: el parlamento se reúne, echa a patadas al gobierno, y al mismo tiempo (de ahí lo de constructiva) forma otro. En España se ha intentado dos veces (nunca se ha conseguido) pero en Canadá nunca: no es sólo una novedad, es reventar con todas las convenciones parlamentarias existentes: sobre todo con una que tanto aprecia el PP español, la que dice que el partido más votado es el que gobierna. Siempre.

Pero faltaba una parte de la ecuación: los liberales y el NPD no podían (ni pueden) derribar al Gobierno ellos solos. Necesitaban la connivencia del Bloque Quebequense, que como ya saben si han leído atentamente los anteriores artículos, detestan más a los liberales que a los propios conservadores. Y de todos los liberales, no hay ninguno al que detesten más que a su actual líder, Stéphane Dion.

Y de ahí la segunda bomba: el Bloque, con su líder Gilles Duceppe a la cabeza, dijo que no tendrían ningún problema en apoyar la moción. No formarían parte de la coalición, pero tampoco derribarían el gobierno.

¿Por qué Gilles Duceppe, sorprendiendo a propios y a extraños, dice que no tiene ningún problema en convertir al execrado Stéphane Dion en Primer Ministro del Canadá? Primera respuesta: Gilles Duceppe es un perro viejo de la política; sabe que si apoya la moción, tendrá al nuevo gobierno canadiense cogido por las bolas. Lo cuál, como bien saben nuestros partidos nacionalistas, es tremendamente rentable. Y segunda respuesta, y más plausible: el Bloque Quebequense depende en un 86% de la financiación pública. La ley Harper iba a por el Bloc, más que ningún otro partido. Y eso, para un partido que había salvado de la quema a los conservadores durante toda la legislatura anterior, merece venganza.

Viendo por dónde iban los tiros, el gobierno conservador entró en modo panic. Pagó anuncios en la radio diciendo que la oposición liberal se proponía gobernar "con los separatistas y con los socialistas" (no sé dónde he oído yo ésto antes). Y, al mismo tiempo, propuso suspender las sesiones del Parlamento (y, en consecuencia, evitar la presentación de la moción de censura) hasta después de las fiestas de Navidad. Pero ésto último dependía de lo que hiciese la gobernadora general.

Hagamos un inciso para explicar lo de la gobernadora general: técnicamente, la jefa de estado de Canadá es la reina Isabel II del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, tal y como lo es de los otros 21 estados de la Commonwealth. Pero visto que Her Majesty tiene cosas que hacer en su isla, en Canadá es representada por un gobernador general: una persona que hace todo lo que la reina tiene que hacer en nombre de la reina. El caso es que el Gobernador General es elegido por el Primer Ministro. Y, aunque en teoría es políticamente neutro, en la práctica siempre corre el riesgo de que tenga alguna lealtad política a quién le colocó, literalmente, en el trono.

La actual gobernadora general del Canadá es Michaëlle Jean, quebequense e hija de exiliados haitianos, ex-presentadora de la Societé Radio-Canada (sigo considerando que aceptó ser gobernadora general porque no veía posibilidades de subir en la empresa), y nombrada por el ex-primer ministro liberal Paul Martin.

Así que (siento el anti-clímax, pero es que ésta entrada se me está alargando) la gobernadora general ha recibido ésta mañana al primer ministro Harper y ha aceptado su solicitud de suspender las sesiones del Parlamento hasta después de las fiestas.

¿Qué pasará?

Seguiremos informando.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Rama Lama Ding Dong

De todas las monarquías existentes en éste mundo de Dios (Mademoiselle Fifí mantiene una lista actualizada) una de las más interesantes y complejas es la tailandesa. Aunque Tailandia es un país abrumadoramente budista, la legitimidad fundamental del rey viene de que su familia se atribuye descender de un avatar de Vishnú, una divinidad hinduista. En consecuencia, el rey Bhumibol Adulyadej (los occidentales pueden llamarle Rama IX), en teoría, no sólo es el rey de Tailandia, sino además, un descendiente divino, un ser sagrado intocable y poderoso. En la práctica, es un señor a punto de cumplir 81 años (coronado en 1946, es el monarca que lleva más tiempo en el trono) y que sigue poseyendo las orejas más grandes del Sudeste Asiático. (Gracias a ésta última frase, éste blog pasa a ser censurado en Tailandia. Espero recibir una notificación de los censores. Mándenmela. Me sentiré orgulloso.)

La sacralización de la monarquía tailandesa no sólo viene de su descendencia divina, sino del propio orgullo nacional que produce el régimen. Recordemos que gracias a la prudencia de los antecesores del actual rey, Tailandia consiguió mantenerse como el único país independiente en dos mil kilómetros a la redonda. Técnicamente, la monarquía sigue siendo, de lejos, la institución más popular en Tailandia. El problema es que nadie puede medir exactamente cuán popular es, pues Tailandia tiene posiblemente las leyes de lése majesté más chungas del mundo.

Todos los años sale alguna historieta de éstas: un turista, normalmente australiano o británico, borracho como una mofeta (es un símil brasileño), comete alguno de los múltiples actos que pueden considerarse ofensivos al rey: apoyarse en uno de los millones (literal) de carteles con la imagen del rey, no levantarse cuándo aparece la foto del rey al empezar la película en el cine, o, incluso, meterse con sus orejas (¿se nota que me fascinan las orejas del rey Bhumibol?). Se va al calabozo un tiempo, se le pasa la mona, viene el consulado, le dan unas collejas y a esperar el próximo caso.

La cuestión es que la lesa majestad se ha convertido en el instrumento por excelencia para hacer política en Tailandia. Como son leyes tan complicadas, basta que se levante alguien para decir "ha mirado mal al Rey" para que esa persona pueda perder el cargo, o incluso la vida. Así pues, cada vez que alguien le ha caído mal a Rama IX, nunca ha faltado nadie para acusar de lesa majestad a esa persona. Y una vez hecho ésto, esa persona nunca ha durado mucho donde quiera que estuviese.

Recordarán que en 1997 Tailandia fue alcanzada por una crisis económica chunga: la moneda nacional se hundió, el desempleo subió, y no queda claro si nos llegaron a pagar por el portaviones que les vendimos. Como siempre que hay un deshielo económico de éste tipo, los populismos crecen como setas. Y de aquí vienen los problemas.

Entra en escena Thaksin Shinawatra. Un ex-policía, fundador de la primera empresa de telefonía móvil de Tailandia, tiene ambiciones políticas, labia y mucha pasta: las comparaciones con Silvio Berlusconi no van desencaminadas. En las elecciones de 2001, el partido del señor Shinawatra, Tailandeses que aman a los Tailandeses, gana las elecciones. Inmediatamente empieza a aplicar políticas keynesianas que le hacen tremendamente popular pero que le granjean la antipatía de las élites del país que llevan gobernando desde, bueno, siempre.

Así, pues, se empiezan a articular las fuerzas contra Shinawatra. Así que entrevistan a un monje budista en una revista (no me diréis que no es guay) diciendo que el primer ministro quiere ser más poderoso que el rey. Anatema, naturalmente, pero es la primera piedra del dominó de la lesa majestad. Y lo único que el primer ministro puede hacer es demandar a la revista: meterse con el monje sería sacrilegio.

Vestidos de amarillo (el color de la monarquía) los conservadores de Bangkok salen a la calle: empiezan a surgir protestas contra Shinawatra, que van subiendo de nivel hasta que el ejército entra en escena; en septiembre de 2006, hay un golpe de estado y Shinawatra, que está en Nueva York, se ve derrocado. Los golpistas se declaran monárquicos (por si quedase alguna duda, en lugar de las habituales marchas militares de los golpes, las radios emiten canciones compuestas por el rey) y el rey, como no, apoya el golpe.

Thaksin Shinawatra se muda a Londres, y, para entretenerse, compra el Manchester City (ya dije que tenía dinero). Mientras, en Tailandia, los militares (presionados por Estados Unidos, que no es tan fan de las dictaduras como antes) hacen una nueva constitución, convocan nuevas elecciones...y las pierden.

Un partido populista, el Partido del Poder del Pueblo (no son muy originales, no) gana las elecciones. Shinawatra puede volver a Tailandia, y lo hace, aunque pronto le queda claro que en algún momento le entrullarán: cuándo no por la lesa majestad, por las leyes estilo Berlusconi que promulgó durante su mandato (una de las más guays le permitió vender su porcentaje en la mayor telefónica del país a una empresa de Singapur...y agenciárselo todo libre de impuestos) así que, cuándo puede (durante los Juegos Olímpicos de Pekín) se pira otra vez a Londres.

Y, vuelta a empezar: el molinillo de la lesa majestad vuelve a funcionar, la derecha bangkokita vuelve a vestirse de amarillo y a salir a la calle, y ayer mismo, el Partido del Poder del Pueblo es prohibido por el Tribunal Constitucional.

¿Y qué queda? El rey cumple 81 años el viernes: ya está muy mayor, y su heredero designado no parece tener una pizca del carisma y del tacto político de su papá.

El republicanismo en Tailandia, hoy, parece un espejismo. Veremos.

Seguiremos informando.

P.D. ¿Se imaginan que en 2000 el PP hubiera ganado sin mayoría absoluta? ¿Se imaginan que toda la oposición, del PSOE hasta Coalición Canaria, se hubiera coaligado en contra del gobierno y hubiera hecho una moción de censura constructiva? Bienvenidos a Canadá, 2008. Hablaré sobre el tema, próximamente.